domingo, 1 de julio de 2012

la naturaleza no está en venta…


Veinte años después de la Cumbre de la Tierra en Río (Brasil), la degradación ecológica se ha acelerado, las desigualdades se han hecho más evidentes, las crisis debilitan las democracias. Los bancos han conseguido con éxito inmiscuirse en las instituciones internacionales. Después de las burbujas especulativas de los sectores informático e inmobiliario, los mercados y los bancos buscan nuevas oportunidades de beneficios y colocación. Con la crisis ecológica, se les ofrece un nuevo objetivo: la naturaleza. La creciente intrusión de las finanzas en la naturaleza se traduce también en su cada vez mayor presencia en los mercados donde ya se intercambian bienes naturales. En este caso también, la lógica del beneficio y de la valorización financiera es lo que anima a los actores financieros, y no la de responder a las necesidades reales de la población. Los bancos privados se han transformado así en un actor imprescindible en los mercados de la agricultura, la energía y los metales. Al lado de los bancos tradicionales, encontramos un número creciente de actores de “las finanzas en la sombra“: hedge funds, fondos de inversión de capital, etc. Al igual que los bancos, las multinacionales ven en “la economía verde” un medio para continuar con sus viejas prácticas, simulando tener un comportamiento responsable. Lejos de oponerse a la dominación de las finanzas sobre la naturaleza, las multinacionales buscan más bien obtener nuevas oportunidades de estas “finanzas verdes”. La financiarización de la naturaleza es también muy inquietante para las poblaciones. Excluye a las comunidades de los procesos de toma de decisión que tienen que ver con la gestión de los bienes naturales presentes en su territorio. Por otra parte, poner un precio a la naturaleza plantea la pregunta de quién puede pagar, excluyendo de nuevo a los más pobres. Las empresas o los bancos implicados en estos proyectos proponen a veces una indemnización económica irrisoria a las poblaciones desplazadas, para supuestamente compensar la pérdida de sus medios de subsistencia, de sus modos de vida tradicionales, ¡incluso de sus culturas e identidades! La presión sobre estas poblaciones es tanto más fuerte cuanto las reservas de agua, carbono y biodiversidad suelen estar concentradas en un mismo territorio y los derechos colectivos de las comunidades en estas tierras no siempre reconocidos. Es indispensable cambiar radicalmente nuestro modelo de vida y nuestros actuales modelos de producción y consumo, basados en el uso excesivo y la sobreexplotación de la naturaleza, dado que privan del derecho a vivir con dignidad a una parte cada vez mayor de la humanidad. Por el contrario, debemos avanzar hacia la reorientación de nuestras economías y su adecuación a nuestras necesidades reales, lo cual exige, entre otras cosas, la promoción de un modelo de producción y distribución alimentarias basado en la soberanía alimentaria y la producción descentralizada, controlada de manera democrática, de fuentes de energía limpias. De la esfera individual a la colectiva, de la esfera local a la global, es preciso respetar “el espacio ecológico” de cada uno… es posible crear sociedades sostenibles mediante soluciones creativas y adaptadas a las condiciones locales. 

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