martes, 28 de mayo de 2013

Hijos del sol y el viento...

Aún vivimos en las esquinas
de la nada
entre el norte y el sur de las estaciones.
Seguimos durmiendo
abrazando almohadas de piedra
como nuestros padres.
Perseguimos las mismas nubes
y reposamos bajo la sombra de las acacias desnudas.
Nos bebemos el té a sorbos de fuego
caminamos descalzos para no espantar el silencio.
Y a lo lejos
en las laderas del espejismo
todavía miramos, como cada tarde
las puestas de sol en el mar.
Y la misma mujer que se detiene
sobre las atalayas del crepúsculo
en el centro del mapa nos saluda.
Nos saluda y se pierde
en los ojos de un niño que sonríe
desde el regazo de la eternidad.
Aún esperamos la aurora siguiente
para volver a comenzar.

Mohamed Salem Abdelfatah, Ebnu
 Fuente: Tonos Digital 

jueves, 16 de mayo de 2013

billetes de viaje...

Cuando un día sea asesinado,
hallará el asesino en mi bolsillo
unos billetes de viaje:
uno para ir a la paz,
uno para ir a los campos y a la lluvia
y otro, para ir a la conciencia de la humanidad.
-Te ruego que no desprecies los billetes,
querido asesino mío,
te ruego que viajes...-
 Imagen: Palestina Libre


sábado, 11 de mayo de 2013

una historia de ayer o de mañana…


El fotògraf d’aquesta història és andaluz, d’Almeria. De la terra dels deserts que bullen, les platges límpides i els plàstics enverinats dels hivernacles. La cançó catalana va arribar a les seves oïdes molt aviat i el va captivar. Segurament va ser haches un dels motius, entre d’altres, perquè decidís traslladar la seva residència a Barcelona uns quanta anys més tard. Lluís Llach va ser una d’aquestes veus –i continguts- que li van fer pensar que Catalunya era un país petit, geogràficament parlant, pero gran i ric en cultura. Després, el fotògraf es va fer fotògraf i va arribar a treballar per a moles dels noms que durant la seva infantesa l’havien impactat. Va retratar pràcticament tots els seus mites que, devia ser un fòtograf rar, non eren dels Estats Units sinó, gairebé tots, dels Països Catalans. Fins i tot va retratar el mateix Llach. Quan el fotògraf va decidir, al costat d’un periodista català d’origen canari/castellà, contar la trajectòria del cantautor de Verges a partir d’una collecció de fotografies actuals, no sabia fins a quin punt aquesta empresa seria costosa i difícil. No sabia que era gairebé imposible. Ni s’ho plantejava. Verges, Porrera, Parlavà, Perpinyà, Atenes, Madrid, Ítaca, Gasteiz (Vitòria), Barcelona i tants i tants altres llocs. I moltíssims personatges que d’una manera o d’una altra han tingut a veure en la vida o l’obra del cantautor. Solament des de l’admiració, l’afecte i l’agraïment es podia abordar un projecte d’aquestes característiques. D’altra banda, el fotògraf i el periodista van tenir sempre la confiança i la complicitat del mateix Lluis Llach. I aixo va ser fonamental per a arribar a bon port en haches “viatge a Ítaca” per la vida i obra del cantautor de Verges. El fotògraf va fotografiar i fotografiar, establint en la majoria dels casos una tal complicitat amb els paisatges i els individus que va reunir, al final, una interessant collecció d’imatges preses avui, però que, com penjada en el temps, podia narrar una història d’ahir o de demà, fonent tots els temps en un de sol: sempre.

domingo, 5 de mayo de 2013

entre el miedo y el cabreo…


Algún día se recordará cómo era antaño el paisaje de la pobreza en la ciudad. Lo formaban mendigos galdosianos o posindustriales que se acercaban con la mano tendida a la ventanilla del coche en los semáforos o permanecían arrodillados en la puerta de las iglesias con un plato limosnero en el suelo o se paseaban con un cartón en el que proclamaban su desgracia escrita con letras similares, como salidas de un mismo troquel. Puede que hubiera detrás de esos cartones una secreta organización de mendigos, pero se trataba de una miseria resignada que permitía ejercer una caridad tranquila. Los pobres entonces se limitaban a agradecer la limosna con la humildad requerida y todavía se podía pasar de largo sin dignarse siquiera mirarlos a la cara. Pero un día los pobres comenzaron a multiplicarse en la calle bajo distintas variedades, autóctonos e inmigrantes, y a este espectáculo se añadió un hecho inquietante. Gente corriente, mezclada con pordioseros del común, esperaba al anochecer en la puerta trasera de los supermercados en silencio a que un dependiente arrojara en el contenedor la comida caducada. “Papá, aquí hay una barra de pan”, se oyó gritar a un niño de cinco años desde el interior de un cubo de basura. Hubo un momento en que la pobreza visible, la de toda la vida, cruzó una línea roja, a partir de la cual la bajada hacia la miseria colectiva se produjo por inundación. El oleaje engulló al grueso de la clase media, a los que ya no podían ser ayudados por sus familias o preferían el orgullo con hambre a la caridad. ¿Cuándo sucedió la gran rebelión? Puede que fuera aquel día en que se rompió el equilibrio que existía entre el miedo y el cabreo. Estas fuerzas contradictorias se habían neutralizado mutuamente durante un tiempo. Los que temían perder el trabajo no se atrevían a protestar; los que acababan de perderlo no se decidían todavía a destruir el sistema. La visión de la pobreza en la calle fue cambiando. Sin que nadie se diera cuenta apareció un nuevo paisaje humano. Los viejos mendigos herrumbrosos fueron sustituidos en masa por ciudadanos con corbata, por señoras con collares de perlas y tacones, que pedían limosna en las esquinas con odio, sin ninguna humildad. ¿Cómo se produjo el estallido que puso al Estado patas arriba? Nadie lo sabe.
Fuente: El País

sábado, 4 de mayo de 2013

me quedarán los libros…


Los libros y yo empezamos mal. En casa de mis padres no había muchos libros. La madre de un vecino de la calle se empeñaba, cumpleaños tras cumpleaños, en regalarme aventura tras aventura de Los Hollister. Éstos eran un grupo de investigadores con perro. Un horror. Hasta que lo encontré. O me encontró. Con los libros como con el amor uno nunca lo sabe. Mi padre, que no era lector, tenía debilidad por “Los tres mosqueteros” y me dio el dinero justo para comprarme el libro. Aún conservo esa edición. Lo leí y releí. La relación con los libros ha de ser amorosa, pasional. Si no, será solo un matarratos más. Encuentras un libro. Te subyuga. Te hace ver la vida de otra manera. Deseas quedarte a solas con él. Te ha enamorado. Y cuando terminas su lectura, como cuando se acaba un amor, buscas otros libros, otros cuerpos y otras mentes que te hagan sentir lo que te hizo sentir el primero. A veces es fácil. A veces no. Y piensas ¿por qué ése y no otro? No hay respuesta. Conectas. De algún modo. Pero mucho de lo que destilan las aventuras de D’Artagnan y los suyos sigue siendo importante para mí: la amistad, la lealtad, la camaradería, el honor, los finales felices… Cada uno tiene su primer libro como su primer amor […] Y después, como suele pasar muchísimas veces en los que nos dedicamos a escribir, apareció una profesora. Una señora grande y anticuada. Una solterona con cara de bulldog y con gran corazón a la que se le iluminaban los ojos cuando hablaba de los libros. Que todo estaba allí. Que todo era magia. Su pasión avivó la que yo sentía por los libros, por el mundo que encerraban cada uno de ellos. Porque hay un país conformado por todos los libros que leíste y te gustaron del mismo modo que lo hay en todas las personas que amaste y las que te amaron. Un país único. Nunca hubo uno igual y nunca habrá otro igual. Como tú. Como yo...

Fuente: Aula 25