viernes, 29 de noviembre de 2013

cantos rodados...

Escucho el rodar de los cantos:
canción del río como un coro de piedra.
En la orilla

 tiembla el junco como un pájaro
  perseguido en su vuelo por el aire sutil del desamparo.
La transparencia del agua
 refleja la conciencia herida del tiempo.
Se sumerge hasta el fondo. Allí se precipitan
los sueños. El sedimento turbio
que nos deshabita. 

Miguel Cobo Rosa

lunes, 25 de noviembre de 2013

una rebelión de zombis…

Bajo el terror económico impuesto por la crisis, es lógico que el ciudadano anónimo de este país no recuerde cuándo empezaron a irle mal las cosas y, menos aún, el momento en que perdió la autoestima y bajó los brazos frente al poder. Ese olvido es la forma más envenenada de autorrepresión que puede sufrir la conciencia colectiva. Se trata de una aceptación tácita de que todo va mal y que nada se puede hacer para remediarlo, sin que tampoco se logre saber el motivo profundo de esta impotencia, que es de todos y de nadie. Cuando esta represión psicológica se produce, el poder ya no tiene ninguna necesidad de ejercer la violencia para reprimir las libertades y derruir las conquistas sociales adquiridas tras una larga lucha, puesto que es el propio ciudadano el que asume la culpa y se inflige el castigo. Frente a la prepotencia de un Gobierno con mayoría absoluta, que no duda en imponer su voluntad entrando a saco mediante decretos en la vida pública, el ciudadano ejerce el derecho a la huelga, convoca manifestaciones en la calle, grita detrás de las pancartas, incluso es capaz de levantar barricadas, pero, neutralizada su cólera por el miedo a perder lo poco que le queda, acepta de antemano la derrota. Un extraño virus ha anulado su capacidad de rebeldía hasta convertirlo en un zombi. En efecto, este país está a punto de parecer un reino de muertos vivientes, sin que ninguna voz nos haga saber que nuestra tumba, como la de los zombis, está llena de piedras. Muertos vivientes los hay pobres y ricos. Los pobres caminan como autómatas con la cabeza gacha, si bien a veces miran al cielo esperando que se produzca la lluvia de sardinas que les han prometido; en cambio los zombis ricos entran y salen de los restaurantes, joyerías y tiendas exclusivas en las millas de oro, aparentemente felices, aunque observados de cerca, se descubre su rostro crispado por el terror a que su fiesta sea asaltada mañana por una turba de mendigos. Algunos advierten que la carga explosiva está ya en el aire a la espera inminente de la chispa que provoque un estallido social de consecuencias imprevisibles. Pero esta deflagración no será posible sin que antes se produzca un prodigio: que haya una rebelión de zombis, como en otro tiempo la hubo de esclavos.

Fuente: El País
Imagen: gerard-aimé

domingo, 17 de noviembre de 2013

otro lenguaje...

Cuando una mujer abre la boca
su lengua se empeña en lamer la dureza:
Puede ser la dureza de la vida,
la dureza del dolor con sus dientes esmaltados y perfectos.
La dureza del tiempo que desaparece.
O puede ser que su boca se abra
para lamer, como perra cálida y protectora,
la cara de sus hijos
o el sexo... hasta derretirlo
y enjugarlo de sal,
hasta limpiarlo de su ímpetu
y dejarlo palpitante y lánguido entre los dientes.

Cuando una mujer abre la boca
su lengua quiere decir otro lenguaje,
nombrar otros nombres,
poner saliva entre las puertas
que se abren de un alma a otra.
Limar. Limpiar. Lamer.
Tantas cosas, tanto intento, tanto de lo perdido,
existe en la boca abierta de una mujer.

domingo, 3 de noviembre de 2013

las escolleras de Abelhak…


Abdelhak se mueve por las escolleras del puerto de la ciudad con la esperanza de meterse entre las ruedas de un camión y embarcar a la península. Le acompañan una veintena de otros chavales de entre 11 y 21 años. Se niega a ir al centro de menores de Melilla porque dice que no es bien recibido, incluso afirma que una vez, hace dos semanas, lo llevaron en coche a Marruecos y que otras veces “lo  invitan a irse al puerto y coger un barco”. Esto lo dice con una sonrisa franca, sin darle demasiada importancia. Como tampoco se la da cuando nos cuenta cómo la policía marroquí le daba palizas cuando lo cogían en el puerto de Beni Enzar o cómo lo maltrataban en casa, y tantas otras cosas. Esta historia se repite de modo similar una veintena de veces en las escolleras del puerto de Melilla, cientos de veces si consideramos un espacio de tiempo de un año, miles de veces si consideramos un periodo de tiempo mayor… Cada noche un grupo más o menos numeroso se decide a probar suerte y se lanzan al recinto portuario desde los 8 metros de altura de las escolleras. De madrugada algunos vuelven destrozados, sucios, cansados, te dicen que no ha habido suerte ese día, pero casi con la misma sonrisa que Adelhak afirman que la próxima noche lo volverán a intentar. Otros no vuelven y nadie sabe qué ha podido pasar con ellos: si lograron su objetivo, si están detenidos, si los han expulsado a Marruecos o algo peor. Las más de las veces no volverán a saber de ellos y tal vez por eso no se habla mucho del tema. Si preguntas la respuesta es “cada uno tiene su suerte”. La aparente indolencia ante situaciones tan dramáticas es solo un resorte necesario para sobrevivir. Los brazos llenos de cicatrices de Abdelhak son como un libro donde va escribiendo su vida… Las penas que esconde detrás de su eterna sonrisa. Cada marca es un recuerdo doloroso que no quiere olvidar. Con diez años ya no le caben más penas en sus brazos y a pesar de ello sigue buscando un sitio donde descansar y crecer como un niño normal. 
José Palazón- Prodein