domingo, 23 de abril de 2017

como quien airea las sábanas...

Aunque pudiera parecer que tantas muertes la hubieran dejado sin latido, sucedió todo lo contrario. Nada ni nadie se le resistía. Salvaba las trampas de la vida sin un ápice de resignación. Y lo que es más sorprendente, sin una lágrima. Aprendió a sacar la risa de tal forma que su boca dibujaba una sonrisa infantil y despierta capaz de contagiar a las piedras, a cada cosa simple que sucediera a su lado. Mirarla producía una felicidad que irremediablemente te hacía pensar en el estado de madurez y en el equilibrio emocional que todas esas canas atesoraban visibles a todo el mundo, como quien airea las sábanas.

Lena viajaba absorta en la fortaleza de su madre cuando la ventanilla del tren dejó ver su cara apagada debajo de unas ojeras impropias de sus treinta y dos años junto a las cuarenta mil preguntas sin respuesta, las incertidumbres eternas, la impotencia, la rabia... Era evidente, Lena no había heredado la pasión irrefrenable por respirar de su madre, ni su resistencia contracorriente, ni su alegría infinita. Eran tan distintas...