domingo, 25 de agosto de 2013

un claro de luna…

Maldigo.
Maldigo la palabra bomba
maldigo la palabra guerra
maldigo la palabra justicia
cuando no es justicia
maldigo la prostitución
de palabras e inocentes
maldigo la palabra silencio
si hablar es preciso
maldigo la palabra
si el silencio llama.
Maldigo no encontrar el final
de la conjugación de maldigo.

Lamento.
Lamento Siria
lamento Egipto
lamento Somalia
lamento Haití
lamento Irak
lamento esta lista incompleta
que no abandona el etcétera,
lamento los puntos suspensivos
del olvido.
Lamento no encontrar el final
de la conjugación de lamento.

Siento.
Siento repugnancia
siento asco
siento escalofríos
siento impotencia
siento repugnancia
por nuestra impotencia
por nuestra (in)capacidad de reacción
siento no encontrar el final
de la conjugación de siento.

Me entristece.
Me entristece la herida
me entristece lo ingrato
me entristece la cobardía
me entristece nuestra cobardía
me entristece la complicidad
de una boca callada
me entristece el lado salvaje
del capitalismo
me entristece no encontrar el final
de la conjugación de me entristece.

Pienso.
Pienso que cualquier persona
debería tener la oportunidad
de ver un claro de luna.
Alfon Cobo

viernes, 9 de agosto de 2013

teje despacio...


Nueve de Agosto: Día de los pueblos indígenas. Rigoberta Menchú nació en Guatemala, cuatro siglos y medio después de la conquista de Pedro de Alvarado y cinco años después de la conquista de Dwight Eisenhower. En 1982, cuando el ejército arrasó las montañas, casi toda la familia de Rigoberta fue exterminada, y fue borrada del mapa la aldea donde su ombligo había sido enterrado para que echara raíz. Diez años después, ella recibió el Premio Nobel de la Paz. Y declaró: Recibo este premio como un homenaje al pueblo maya, aunque llegue con quinientos años de demora. Los mayas son gente de paciencia. Han sobrevivido a cinco siglos de carnicerías. Ellos saben que el tiempo, como la araña, teje despacio.


domingo, 4 de agosto de 2013

donde gira la vida...


Seguramente ahora lo veo con los ojos nublados por la nostalgia, pero me atrevería a decir que aquel barrio, su configuración, el carácter de su gente, las tormentas sociales de aquel tiempo y de aquel país, la caída de la luz entre los balcones llenos a reventar de ropa sin vergüenzas, las barcas tendidas delicadamente sobre la playa, o incluso los viejos paquebotes y mercantes moviéndose agónicos por el puerto, lanzando los profundos aullidos de sus sirenas… todo ello era un magnífico decorado para que cuatro niños dejáramos allí la huella de nuestras vidas. Bien mirado, el barrio, la ciudad, el país, eran como un grandioso y pintoresco escenario donde cada uno de nosotros tendría que representar su papel, como  una obra de teatro que, como pasa con las grandes piezas dramáticas, acabó por engullirnos a todos. Sin nuestro barrio, el mar no habría sido nunca de la ciudad, quizá un incidente orográfico que algún poeta habría aprovechado para perfilar versos suaves de lirismo tronado. El mar en Barcelona únicamente latía por un corazón, y ese era nuestra barriada… Todos los aromas del mar estaban allí, en nuestro barrio, suspendidos en el aire  y siempre a punto para que cualquier brizna de viento los hiciera circular por el entramado de callejuelas, entrar por las diminutas puertas de las casas, ascender por las escaleras humildes y oscuras hasta nuestros pisos, donde penetraban y poseían objetos, armarios, alfombras, sábanas… Pero por encima de todo nos poseían a nosotros. […] Y hasta hoy, cuando hace tantos años que no lo piso para no lagrimear y echar a perder la nitidez de los recuerdos, la Barceloneta sigue siendo para mí el lugar donde gira la vida.