miércoles, 20 de agosto de 2014

quería escribir postales...


¿Y qué pretendía hacer él? Nada, una ridiculez, algo muy en su estilo, algo tranquilo, inusual, que preservase su tranquilidad. Quería escribir postales. Postales con soflamas contra el Führer y el Partido, contra la guerra, para instruir a sus conciudadanos, eso era todo. Y esas postales no deseaba mandarlas a personas concretas o pegarlas en las paredes a modo de carteles, qué va, quería depositarlas en las escaleras de edificios muy transitados, dejarlas allí abandonadas a su suerte, quedando completamente al arbitrio del que las recogiera ser pisoteadas o rotas en el acto… ¿No es una nimiedad lo que pretendes, Otto? Sea poco o mucho, Anna ─repuso─, como nos pillen, nos costará la cabeza… Latía una convicción tan espantosa en esas palabras, en la oscura, insondable mirada de pájaro que el hombre le dedicó durante ese minuto, que Anna se estremeció. Y durante un instante se imaginó claramente el patio gris y pétreo de la cárcel, la guillotina levantada, a la luz grisácea del alba su acero carecía de brillantez, era una amenaza muda. […] Quangel la miraba en silencio, como si contemplase la lucha que se libraba en su interior. Luego su mirada se aclaró… Pero no nos pillarán tan fácilmente. Nosotros deseamos vivir, llegar a presenciar su caída. ¡Entonces diremos que nosotros también participamos Anna!... Le había quitado un peso de encima, ahora también ella estaba convencida de que Otto se proponía algo grande... Acto seguido se puso con todo detenimiento los guantes, sacó una postal del sobre, la colocó delante de él y dedicó a Anna una lenta inclinación de cabeza en señal de aprobación… Después tomó la pluma y dijo en voz baja, pero con énfasis: ─La primera frase de nuestra primera postal dirá: «Madre: El Führer ha matado a mi hijo…». Anna volvió a estremecerse. Había algo tan infausto, tan tétrico, tan decidido en esas palabras que Otto acababa de pronunciar… En ese instante comprendió que con esa primera frase él había declarado una guerra eterna y comprendió también de manera confusa lo que eso significaba: guerra entre ellos dos, unos pobres, pequeños, insignificantes trabajadores que con una palabra podían ser borrados para siempre, y al otro lado, el Führer, el Partido, con su enorme aparato de poder y su esplendor.

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