sábado, 2 de agosto de 2014

latiendo en la sangre…


Está detenida en el umbral de las preguntas. No se responde. Sólo yo que estoy aquí, oculta, puedo soñar, vislumbrar conjunciones, caminos que se bifurcan. Sólo yo siento los imperativos de la herencia, mientras ella intuye vuelcos en su corazón, sin poder nombrarlos. Los españoles decían haber descubierto un nuevo mundo. Pero nuestro mundo no era nuevo para nosotros. Muchas generaciones habían florecido en estas tierras desde que nuestros antepasados, adoradores de Tamagastad y Cippatoval, se asentaron. Éramos nahuatls, pero hablábamos también chorotego y la lengua niquirana; sabíamos medir el movimiento de los astros, escribir sobre tiras de cuero de venado; cultivábamos la tierra, vivíamos en grandes asentamientos a la orilla de los lagos; cazábamos, hilábamos, teníamos escuelas y fiestas sagradas. ¿Quién podrá saber cómo sería ahora todo este territorio si no se hubiera dado muerte a chorotegas, caribes, dinones, niquiranos...? Los españoles decían que debían "civilizarnos", hacernos abandonar la "barbarie". Pero ellos, con barbarie nos dominaron, nos despoblaron. En pocos años hicieron más sacrificios humanos de los que jamás hiciéramos nosotros en la historia de nuestras festividades. Este país era el más poblado. Y, sin embargo, en los veinte y cinco años que viví, se fue quedando sin hombres; los mandaron en grandes barcos a construir una lejana ciudad que llamaban Lima; los mataron, los perros los despedazaron, los colgaron de los árboles, les cortaron la cabeza, los fusilaron, los bautizaron, prostituyeron a nuestras mujeres. Nos trajeron un dios extraño que no conocía nuestra historia, nuestros orígenes y quería que lo adoráramos como nosotros no sabíamos hacerlo. ¿Y de todo eso, qué de bueno quedó?, me pregunto. Los hombres siguen huyendo. Hay gobernantes sanguinarios. Las carnes no dejan de ser desgarradas, se continúa guerreando. Nuestra herencia de tambores batientes ha de continuar latiendo en la sangre de estas generaciones. Es lo único de nosotros, Yarince, que permaneció: la resistencia.

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