miércoles, 13 de junio de 2012

zurdo de todas las maneras...


Estuve becado desde niño, desde cuarto grado, en una escuela de las antiguas Makarenko, en Siboney. Mi padre trabajaba en una oficina. Mi abuela estudió piano y mi hermano Vicente descargaba con Noel, Silvio y otros; en la casa siempre hubo alguna guitarra, así que puede decirse que hubo cierta tradición familiar. Aunque venía hacía rato dándole a la guitarrita, comencé a guitarrear más en serio. En ese momento conocí a Donato Poveda y empezamos a cantar juntos, a hacer dúos. Luego, entramos en el movimiento de la Nueva Trova. También escuchaba los temas de la trova tradicional cubana con Silvio, Pablo y mi hermano Vicente. Fueron las canciones de Sindo las que me atraparon. Pero fue Noel quien me puso a Jetro Tull y me volvió como loco. Y fue ahí cuando hice Vida. El arte de componer canciones para mí es un misterio, pero se trata de encontrar una canción que puede estar en cualquier sitio o cosa, por mi parte trato de decir siempre poéticamente, trato de hacer una canción de arte, dejo que la inspiración supere al oficio, es puro invento. Náuseas de fin de siglo marcó un cambio, y lo esencial en ello estuvo dado a partir de ese viaje a Colombia, en 1989. Fui por un mes y me quedé ocho. A partir de ahí cambió mi manera de componer, de proyectarme. El día antes de regresar a Cuba, un argentino que estaba haciendo un libro sobre la guerrilla colombiana y quería entrevistar a Pizarro, fue a verme al camerino y me dijo: “¿Por qué no empiezas a hacer otras cosas y dejas a un lado esas pavadas?”. Lo miré fijo y de repente dije: “estoy intentándolo, estoy intentándolo”. Me comentó que iba a subir a las montañas y me invitó a acompañarlo. Nos fuimos entonces a las montañas. Estuvimos una semana entre discusiones y charlas. A partir de ahí empecé a componer de un modo distinto, se inició una nueva manera de contar. En ese momento, sentí que me encontraba a mí mismo; comencé a entenderlo todo de una forma diferente: quién era yo, qué quería hacer y qué había hecho hasta entonces. Estar con los guerrilleros fue la oportunidad de vivir lo que únicamente había visto en el cine o en los libros. Yo había nacido en Cuba, en la Revolución y, de repente, era un tipo que estaba allá arriba discutiendo ideas, hablando del Che y cantando canciones. Como trovador no estuve nunca aislado de los acontecimientos del mundo y de América Latina, y eso incluye, en principio, el lugar donde nací, donde me crié. Empecé a querer más a este país y a entender mejor a la Revolución cuando viajé y fui a conocer el mundo, cuando me fui por ahí y vi otras cosas. Cantar y hacer canciones me permitió viajar y ver otras realidades; el mundo me ha hecho así como soy: rojo, a mi manera, pero rojo. Sigo creyendo en las revoluciones. Las dictaduras le hicieron mucho daño a América Latina y luego las democracias no le sirvieron para nada al pueblo. No me gusta la política pero estoy inmerso, y de lo que sí estoy (re)convencido es de que soy zurdo de todas las maneras. Los tiempos de los cantores comprometidos no han pasado como no pasaron nunca Rimbaud, Julio Verne, Lennon o el Che, percibo cierta crisis en la canción de habla hispana pese a que creo que hay aún una avidez del público por este tipo de texto inteligente, comprometido, que va a las esencias.
Nirma Acosta
Fuente: La Jiribilla

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