sábado, 22 de junio de 2013

no me queda otra que soñar…


Tras horas de caminata por las laderas más escarpadas de los bosques marroquíes que bordean Melilla, en medio de lo más sombrío, abrupto y yermo de las lomas, por un momento tienes la sensación de estar en un hogar, de sentirte como si departieras en casa de un familiar. Alrededor, más de doscientas historias cargadas a la par de miseria y esperanza; más de doscientas vidas que esperan su momento para jugársela a cara o cruz cruzando una injusta valla. La artífice de este milagro es Aissatou, la única mujer de todos los campamentos del monte Gurugú… La vida de Aissatou es una verdadera historia de superación; un tener que reinventarse a cada contratiempo que la subsistencia le ha ido poniendo en lo largo de su arduo caminar. Según nos cuenta, es liberiana de nacimiento, huye a Costa de Marfil con tan sólo siete años después de que sus padres fueran degollados en su presencia. Huérfana, pobre y refugiada, sufre abusos constantes hasta que siendo adolescente conoce a su marido, un militar con el que se casa en un país inmerso en una encarnizada Guerra civil. Estando embarazada del cuarto hijo, se desata la Segunda Guerra Civil marfileña. Una cruel batalla racial en la que Aissatou quedará viuda. Se acababa de quedar sola con un bebé recién nacido, que ya no conocería a su padre, y con otros tres chiquillos de corta edad. Carecía de ingresos, no había quien pudiera ayudarle y el desasosiego constante de que alguna de las masacres que se sucedían en todo el país pudiera hacer más daño a los suyos rondaba su cabeza día y noche. Así que vendió lo poco que tenía y se dispuso a realizar un largo viaje: “No quería que mis hijos vivieran lo que yo viví. No quería que acabaran como su padre. Puede parecer irresponsable estar ahora aquí pero estamos vivos y muy cerca de nuestros sueños. Si nos hubiéramos quedado, a lo mejor ahora no podría estar contándolo”. Salió de Costa de Marfil y durante veinticinco días recorrieron media África hasta llegar a Rabat. Y así es como hace casi cinco meses Aissatou y sus pequeños terminan llegando a los refugios en donde los subsaharianos varones esperan para poder cruzar la valla de Melilla. Todos se preguntan: ¿Por qué no fue a los campamentos que hay alrededor de la ciudad de Nador donde están instalados las mujeres y los niños? La respuesta es tan sencilla como demoledora: “Mi intención es llegar a Melilla. Sé que no puedo saltar la valla y menos con cuatro hijos, pero tampoco puedo pagar una patera o un coche para pasar la frontera y no estoy dispuesta a venderme para lograrlo. Sólo quiero que mis hijos tengan un futuro y disfruten de una vida digna que yo no he podido tener y que ahora mismo no puedo ofrecerles. Espero que algún día Europa le devuelva a mis hijos todo lo que África me ha ido robando”. “Sueño con un futuro mejor, no me queda otra que soñar y no perder la esperanza. No me queda dinero y no tengo a nadie… Sólo quiero lo mejor para mis hijos y hago lo que haría cualquier madre: no dejar de luchar”.

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