martes, 9 de abril de 2013

en los espacios comunes…

En los espacios comunes de la aldea, Abril y su abuelo conversaban sobre aquel momento soñado por tantas generaciones. En todo el Planeta y al unísono, los ejércitos se disolvían igual que el fuego fundía las montañas de cascos, misiles y bombas que entregaron rendidos a las evidencias. ― Abuelo, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ― Ya no tienen a quien servir, la decisión de los nuevos gobiernos populares de abolir las fronteras les dejó sin trabajo. Una sabia decisión que consensuadamente hemos adoptado como las muñecas rusas pero al revés, de abajo a arriba. ― ¿Fue difícil aprender esta nueva forma de gobernarse? ― Cuando se vio que controlar el poder no permitía enriquecimientos basados en recursos públicos o en el trabajo ajeno, los intereses de la corrupción política desaparecieron dejando sitio a la gente que había comprendido que alimentarse, alojarse, sanarse, leer, reír o llorar -vivir, en definitiva- no era caldo de especulación. Tardamos siglos en comprender esto, hizo falta esperar a la gran crisis capitalista. En muy poco tiempo consiguió que fuéramos muchísimos más los desahuciados viviendo en casas okupadas que los privilegiados viviendo en sus propiedades. Y así se entendió el derecho a una vivienda pública. Despidieron a tantos maestros que la educación fue más fácil con una gestión colectiva en las calles. También pasó con la tierra, las ansias de lucro llevaron a tal acaparamiento que eran varios millones más las personas que cultivaban en tierras colectivizadas que terratenientes cosechando capitales. Y fue así como se alcanzó el sistema de tierras libres y comunales que tú conoces. Se alcanzó la soberanía alimentaria. ― Y, abuelo, ¿cómo fue que para entonces tantísima gente había regresado a vivir a los pueblos? ― Eso sucedió pocos meses antes, cuando en las ciudades en las que entonces vivía casi todo el mundo, no hubo  forma de encontrar alimentos  porque todas y todos los trabajadores de los supermercados del Planeta habían decidido declararse en huelga total e indefinida. Sin nada que comprar volvimos la vista al campo, a las cooperativas de producción y consumo, a los mercados campesinos… todo lo que ahora tú conoces. ― Una huelga lo desencadenó todo ―susurra Abril. ― Sí, una huelga que nació imitando la actitud valiente de una muchacha, una cajera que entendió que trabajaba para quienes explotaban al mundo rural, mal alimentando a su vez a la población, es decir, destrucción y explotación a cuenta del consumismo.  ―Esa muchacha llamada Abril, como tú ―decía el abuelo jugueteando con el anillo de su dedo ―hace ahora unos cincuenta años dijo basta. Y todo se desencadenó.

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