jueves, 3 de enero de 2013

la vida desnuda…



Calcuta, llegué no sé si de madrugada.
Aún estaba la ciudad en esa penumbra calurosa, que yo creí masticar.
Un olor como no se encuentra en ningún otro lugar.
La noche entremezclada con el día,
y todo lo que se desliza sobre ruedas, pitaba.
Bocinas, que salían del aeropuerto sobre taxis.
Y sin prólogos, caras finas, morenas como aceitunas,
ojos negros que pertenecen al misterio del Uno,
a la magia de cuando el hombre no existía sobre la Tierra.
El alma vaporosa, como un espíritu deslumbrado,
saltó por los cristales de mi rostro,
al encuentro de decenas de amaneceres,
a correr detrás de sus cuerpos con olor a especias, algunas rancias,
aroma de vida y muerte en las calles habitadas sin tregua.
Medio vestidos, y por entero dignos,
al trote de sus piernas delgadas,
de su pelo liso haciendo señales a la Nada.
Su exceso de fuerza, de valor, de aceptación, de humanidad.
El proyecto que venía a realizar, me pareció ínfimo.
Yo tan pequeña ante la enormidad de la vida desnuda.
En el agua marrón de Calcuta, hundí un deseo, 
donde el río lava con flores y animales, sus cabellos.

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