viernes, 13 de abril de 2012

canal movilizador de emociones…


“… cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño. Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito. Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás. Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción. Luego, cuando el niño comienza su educación, el pueblo se junta y le canta su canción. Cuando se inicia como adulto, la gente se junta nuevamente y canta. Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción. Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su casa e igual que para su nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en su transición. En esta tribu de África hay otra ocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento durante su vida, la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se le lleva al centro del poblado y cantan su canción. La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo, es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pueda dañar a otros. Tus amigos conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo, tu totalidad cuando estás quebrado, tu inocencia cuando te sientes culpable y tu propósito cuando estás confundido” (Tolba Phanem).
A través de este ejemplo podemos observar que la música aporta una identidad individual y única del ser humano, arropándole al mismo tiempo con un grupo social, pues somos seres que necesitamos de la comunidad para nuestra supervivencia física y emocional.  Pero no nos olvidemos de que, aunque la música consigue generar una identidad individual como seres únicos y diferenciados, una identidad social, también nos transfiere una identidad universal como seres humanos que independientemente de la personalidad que nos define y de la cultura con la que nos identificamos, nos hace formar parte de un flujo sonoro y de movimiento global que nos hace reaccionar, sentir y emocionarnos como personas que forman parte de una misma unidad. Así, todas las culturas, todas las sociedades, tanto de Oriente como de Occidente se integran dentro de ese mismo canal movilizador de emociones que produce la música, apaciguando y acompañando las diferencias entre unos y otros en la búsqueda de un bienestar común.
Marta Herraiz Portillo en revista pueblos
Tolba Phanem en Boletín Libros y Letras

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