lunes, 6 de febrero de 2012

personas comunes...

Una de las particularidades de los nuevos movimientos que han tomado cuerpo en el último año es la emergencia de una voluntad multitudinaria de politización de la existencia marcada por el protagonismo anónimo de las personas comunes. La toma colectiva de plazas y espacios públicos ha constituido para miles de personas su primer acercamiento a la acción política, al mismo tiempo que ha explicitado su decidido incorformismo frente a los patrones tradicionales de la representación política y de las mediaciones, así como su deseo de una organización realmente democrática de la vida social. La nueva insurgencia ha encontrado en las personas comunes y en las redes informales uno de sus motores fundamentales. Las experiencias en Occupy Wall Street o en el 15M nos han subrayado que las denominadas “personas sin atributos” son, paradójicamente, las que han aportado a los movimientos los atributos más potentes: creatividad e imaginación. Esas personas nos han enseñado que la sociabilidad producida en Liberty Plaza o en la Puerta del Sol no sólo era de por sí directamente política, sino que la política a la que daba lugar no nos requería de especialización alguna ni nos exigía de capacidades diferentes a las que ponemos en juego en el día a día de nuestra vida. Occupy Wall Street y el 15M han crecido sobre todo en torno a una composición social cuyo hacer productivo cotidiano consiste básicamente en la comunicación, el lenguaje, la producción de subjetividad y de relaciones o los cuidados: exactamente el mismo tejido de actividades que ha compuesto la acción en las plazas. El carácter constituyente y la radicalidad democrática de las plazas no se han inyectado a través del discurso ni se han extraído de corpus ideológico alguno: han emanado directamente de la propia sociabilidad, de las personas, del estar juntos. Un verdadero ejercicio multitudinario de reapropiación de nuestras fuerzas productivas. Ha sido precisamente ese estar juntos el que ha colocado la categoría de amistad en el centro de los nuevos movimientos. Jacques Rancière lo decía hace poco: “la verdadera ruptura es dejar de vivir en el campo del enemigo”. Sin embargo, los actuales movimientos también están sirviendo para comprobar hasta qué punto los activistas clásicos tenemos una notable dificultad para desaprender la centralidad de la enemistad: nos sentimos más a gusto en la confrontación dialéctica que en el desborde creativo, que diría Tomás R. Villasante. Lejos de dejarnos llevar por la fuerza del anonimato hasta desaparecer en el común de las personas, tendemos a reafirmarnos como diferencia, imponiendo nuestros ritmos, nuestras abstracciones ideológicas y nuestros corsés identitarios: cuando el estar juntos se torna activismo suele desconectarse de la vida cotidiana y se aleja de los problemas concretos que nos llevaron a las plazas. De nada sirve nuestra preocupación actual por construir políticas del común sino somos capaces de hacer de la propia política el más común de todos los bienes: participable por todos y todas. 
Fuente: Rebelión
Imagen: laciudadviva

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