Imagínese una superficie de
terreno tamaño país, una superficie más bien pampa. Pare aquí y hágalo. Entonces
observe cómo una enorme, implacable y violentísima grieta, una grieta como de
la uña de dios rascándose la tierra, parte esa superficie por la mitad, de
punta a punta. De la grieta mana un aliento helado, flor de parca. Y entonces
atienda a cómo, de golpe también, una de las partes (vamos a convenir por
razones sentimentales que la parte izquierda) se desploma hacia el abismo hasta
frenar suspendida en lo negro. Con esa parte caen todos sus habitantes,
evidente, misernautas desnudos, boquiabiertos, apabilados. Y bañados en culpa. Una
de las partes de esa tierra que ha imaginado, y que llamaremos España, ha
quedado arriba, con cierto miedo a correr la misma suerte que su otra mitad,
incluso con la certeza de que va a suceder, pero con cambios mínimos: recortes
en sanidad, en atención social, en derechos recientemente adquiridos por las
féminas, supresión de algunas pagas, bajada de sueldos… O sea, limaduras del
bienestar que en condiciones óptimas resultarían irritantes. Su descontento es
comprensible. Luego, los habitantes del bloque desplomado, en un tiempo menor
del que tardó el país en declarar que su democracia era tan indestructible como
jacarandosa, se han visto privados de ABSOLUTAMENTE TODO. Por las limaduras que
han saltado del bienestar que permanece arriba, estos entregarían sonrientes
salud y futuro. Escribo desde abajo, desde la mitad desplomada. Hace ya tanto
tiempo que vivo en lo negro que mis ojos se han acostumbrado a esta oscuridad y
distingo con claridad a los recién llegados. Sabemos, ellos y nosotros, que es inevitable.
Desde aquí casi no se ve a los que han quedado arriba, es necesario un
ejercicio de memoria. Sabemos cómo viven, qué comen, qué compran, cómo visten y
se mueven porque hace poco estábamos ahí. Pero la miseria impone sus olvidos, y
creo, no podría asegurarlo, que eso nos salva un poco. Los de arriba, en
cambio, no nos miran. No pueden. Quedan los periodistas, los informadores, que
tratan en vano de narrar la pobreza, los desahucios, el porqué de este o aquel
suicidio. ¿Cómo podrían? Nadie que no haya eliminado carne y pescado de su
dieta diaria puede. Si no te han cortado el suministro de luz, o de agua, o
ambos, tu idea de la miseria es de plástico perfumado. Por eso yo ahora les
sirvo. La desahuciada que narra. Vuelvo al momento en el que todo cambió. Mamá,
es un señor. Los helicópteros poniéndole banda sonora a la huelga general
inminente. Yo dejando los folios del juzgado sobre una mesa y sentándome a
escribir una columna para el diario El Mundo que iba destinada a mi blog y acabó como noticia de portada durante
demasiado rato, todo el día… hay que narrar, enunciarlo es necesario, enunciar
nos salva.
Fuente: Rebelión
Imagen: La pluma crítica
No hay comentarios:
Publicar un comentario