En algunos lugares le llamaban el
economato, en otros la tienda de ultramarinos, el colmado o la pulpería. En
casa, aquel establecimiento de 30 metros cuadrados de la calle mayor donde
encontrabas naranjas, zapatos, mantequilla y almendras, cola de impacto o
libros de Enid Blyton era el colmado ‘del todo un poco’. Un espacio que cubría
las necesidades de las gentes de allí. Lo vi cerrarse hace más de veinte años,
hasta que, muchos kilómetros más allá, lo encontré de nuevo en una calle de Zeanuri,
Bizkaia. Es el establecimiento de Malu, donde contabilicé panadería, quiosco,
vinoteca, carnicería, restaurante y verdulería. Pero sumé mal y me quedé
corto de mucho, pues la reinvención parida tenía un propósito camuflado:
injertar un corazón en un pueblo que se moría; un centro de operaciones. Por
aquella puerta entraban verduras de 3 huertas nuevas; carne de un pastor
que a punto estuvo de rendirse y vender las vacas; la harina del
molino recuperado junto al rio y muchos más alimentos locales. La carne tenía
que prepararse y trocearse para la venta en un obrador que generó dos puestos
de trabajo. Hacer el pan y los pasteles, otro más. Sólo Malu y su
comercio local eran siete medios de vida. Y por la misma puerta salían
jubilados con la prensa leída y el tiempo bien perdido; mujeres agrupadas para
ser menos mandadas; viudas escuchadas pues hasta el cura emigró del pueblo; y
jóvenes confabulando con Malu conciertos, tertulias y muchos fabulosos
disparates. Txetxu, anfitrión de la visita, me dijo: «Malu resucitando pueblos
sabe más que esos ministros desgarramantas de Madrid».
Escuchar:
Radio Euskadi
Imagen: fernandomaria
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