A medida que avanza la
conversación, el autor, director y actor Miguel del Arco va desmontando las
etiquetas que le han ido colocando en los últimos meses: el dramaturgo de moda,
el artista comprometido, el autor indignado… En su discurso va dando saltos
entre el teatro, la política, las ONG, las emociones, el periodismo, la vida. Pero
siempre le sobrevuela la misma idea: no renunciar a la utopía: Creo que el
hombre es un animal político y la política tiene que estar en nuestras
vidas. A mí lo que me preocupa es que la gente se apoltrone y los que sí se
dedican a la política puedan hacer y deshacer a su antojo. Yo creo que el
teatro debe ser un reflejo de la vida, entonces las cosas que te van
preocupando son las que al final vas contando. No me preocupan las etiquetas.
Tu trabajo también es el reflejo de ti mismo, de lo que te preocupa, de lo que
te conmueve, de lo que te emociona… Miguel del Arco dirigió
el vídeo, “No entran” para una campaña de la Comisión Española de Ayuda al
Refugiado (CEAR), y antes había colaborado también con CEAR con la
puesta en marcha del Proyecto Youkali. A veces se nos
olvida el mundo en que vivimos, estamos en pequeños micro-mundos, pierdes la
perspectiva y te vuelves insensible a lo que te rodea. Esa insensibilidad
es la que hay que partir. Nadie nace insensible a la desgracia humana, nos
vamos volviendo insensibles por el camino. Steinbeck decía en De ratones y
hombres que escribía para que los hombres se entendieran unos a otros, y yo
creo que esa necesidad de empatizar es lo que nos convierte en humanos. La
conmoción que yo traté de reflejar con los refugiados en Proyecto Youkali tiene
que ver con ponerle cara a las personas. Cuando te dicen números tremendos en
el telediario al final se convierten en nada. He tenido la necesidad de preguntarme
qué haces tú desde tu pequeño territorio para que el mundo sea un mundo mejor. Los
contadores de historias tenemos vocación de comunicar y de empatizar. Me
indigna brutalmente la clase política… esa pérdida de sentido de la realidad,
de pudor, de no saber donde están. Eso me produce pavor, y me produce cierta laxitud,
porque no sé cómo se lucha contra eso y porque no veo viso de cambio. En un
momento en el que toca reinventarse, y cada vez hay más gente que lo pasa peor
que nunca, con mucha gente marchándose, y se impone una cantidad de sacrificios
brutal, ellos no han hecho amago de una reflexión, de la necesidad de cambio. ¿Qué
nos convierte en una sociedad moderna más allá del paso del tiempo y de los
adelantos técnicos? ¿En qué hemos progresado? ¿Hemos solventado la injusticia,
la miseria, la desigualdad, la guerra, el temor, la intolerancia? Ya ni
siquiera creemos que una revolución sea posible, por mucho que algunos países
árabes intenten convencernos de lo contrario luchando contra los sátrapas que
nuestras progresistas y modernísimas sociedades occidentales contribuyeron
a crear buscando su propio beneficio. El dinero manda y lo aceptamos como
un axioma más. Es el sistema que nos rige y no tiene alternativa. ¿No la
tiene? ¿En serio debemos aceptar como inevitable un sistema que ahonda de una
forma cada vez más salvaje y descarada en primar el beneficio económico frente
a la dignidad del ser humano?
Fuente: Periodismo Humano
Imagen: Canal Extremadura
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