Vivimos en una nube tóxica de
fábricas de humo y de palabras cargadas de balas. ¡Pum! Un balazo por la
espalda. Actores y actrices de un mundo egoísta que eligen siempre la bolsa en
el duelo con la vida. El mundo del poderoso caballero que parece vencer en
todas las Cruzadas. El vil metal, que cantaba Serrat. Con él nos creemos
plenos. ¡Qué idiotas, qué pobres! He tenido la suerte de escapar un par de días
a la provincia de Tan Son, una de las zonas más pobres de Vietnam en la que se
desarrolla uno de los proyectos de cooperación en los que trabaja la ONG de
Lucía. Era domingo e inauguraban una presa. Una presa que es una cucharada que
alimenta las esperanzas de una mejor cosecha de arroz, de un mejor abastecimiento
para el riego. Una presa para mejorar la calidad de los cultivos. Para crecer,
para comer. Los lugareños estaban felices. No entendía sus palabras, pero es
precioso y, sobre todo, es raro, rarísimo ver la sonrisa de un niño en rostros
adultos. Pues eso es lo que vi. Muchas sonrisas regadas de sabiduría de tierra
y campo aliñadas con ingenuidad, inocencia y generosidad de niño. Comimos con
ellos sentados en círculos en el suelo. Una comida abundante y generosa. Los
que menos tienen, ofreciéndotelo todo. Me acordaba entonces de la nube tóxica.
¡Qué idiotas, qué pobres! Y comimos, y bebimos, y cantamos, y brindamos, y
bebimos, bebimos, bebimos. Y me sentí parte de ellos. Me miré a mí mismo y la
vi. Estaba ahí, en mí. Esa sonrisa ingenua, inocente y generosa. Era rico.
"Rellenamos el cráter de las bombas... y de nuevo sembramos... y de nuevo cantamos... porque la vida jamás se declara vencida" (poema anónimo vietnamita)
domingo, 28 de abril de 2013
sabiduría de tierra...
Etiquetas:
Alfon Cobo,
El cordobés impasible,
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Tan Son,
Vietnam
lunes, 22 de abril de 2013
las dentelladas del lobo...
Ni los gallos muertos en el patio
de su casa, ni los relojes de cuco que nunca tuvo despertaron a Caperucita al
filo del amanecer. Fue el rugido de los misiles que los aviones escupían como
salivazos de muerte sobre su poblado. Ese ruido se confundía con el canto del
imán que llamaba a sus fieles a realizar su primer rezo. Vivía en Palestina. Su
abuela hacía tiempo que estaba enferma, así que esa era una buena hora para
llenar su cesta de amor y llevarle las pocas medicinas caducadas que las
alambradas permitían que hubiese en casa de Caperucita. Vivía en Palestina. Se
levantó y se lavó frente al espejo. Su cara era tan bonita como el final de los cuentos felices. Al
escribir estas líneas me enamoré de sus ojos y de su tristeza. Su mirada
atravesaba el espejo y todos los siglos pasados de odio entre los hombres. Se
colocó sobre su pelo recogido el velo rojo que su madre le regaló cuando dejó
de ser niña y pensó que quizás debería cambiarlo por otro sin agujeros. Justo antes de partir
besó las mejillas de su madre que no le dijo nada. No le hizo prometer que
tendría cuidado con los extraños al cruzar el bosque. Caperucita no hablaría
con extraños porque no existían los extraños. El único peligro era el Lobo y
ese era un viejo conocido que casi todos los días visitaba sus vidas. El Lobo
acechando en todas partes. Además, allí
no había lugar en el que perderse. El bosque era el mismo de siempre aunque últimamente
había cambiado debido a los olivos que caían arrancados por las dentelladas del
Lobo. Aún sin árboles, más que un bosque,
todo era una jungla. Vivía en Palestina. Partió hacia su destino con la cesta llena de
pan duro, espinas y paciencia hasta los bordes. Más que una cesta parecía
llevar bajo el brazo el peso de la realidad… El camino era fácil pero cruzarlo
era un milagro. Calculo que habría un kilómetro entre la casa familiar y la de
los abuelos pero para llegar allí era necesario desandar medio siglo de
humillaciones. El Lobo desde hacía un tiempo tapiaba con cemento la esperanza
de las caperucitas que llevaban medicinas a sus abuelitas. Tan tonto,
desconfiado y avaro era el Lobo que un día puso diez metros de hormigón para
que en el bosque de Caperucita no entrara el viento de la libertad. Así
Caperucita tenía que caminar con su cesta durante horas a lo largo de aquel
muro gris como el pulmón de un fumador. Vivía en Palestina… La historia de
Caperucita no sé cómo terminará pero Ojalá (insh’allah) tengan razón los
Hermanos Grimm y ningún hombre esconda un lobo dentro, ojalá que las
Caperucitas no sean arrojadas contra muros de la vergüenza y que las medicinas
lleguen siempre a todas las abuelas. Quizás si encontráramos una goma que
borrara las heridas y las humillaciones… Por si no lo he dicho, Caperucita vivía
en Palestina.
Fuente: Aula25
viernes, 19 de abril de 2013
construir algo alegre…
Los globos de colores lo inundan
todo. Y aún así Adelina Granados, 57 años, salvadoreña que se interpreta a sí
misma, no deja de inflar más y más. Sobre el escenario cinco
mujeres, tres octogenarias, todas refugiadas que huyeron de la guerra, la
represión o la muerte, entretejen sus recuerdos: un suelo que durante un tiempo
fue la única cama, los preparativos de una boda, mensajes
clandestinos escondidos en los zapatos, los ausentes, la comida, los amores… “A
veces se me confunden las historias del pasado y las del presente, he llegado a
pensar que algunas de esas historias nunca sucedieron pero me dicen que no me
preocupe, que en el teatro a veces se cuentan verdades y a veces mentiras, que
lo importante es contarlas”, dice sobre el escenario la hondureña Dilia
Ramírez, de 78 años, una mujer pequeña y delgada de ojos vivarachos que sobre
las tablas ultima los preparativos de la boda de su hija hasta que su compañera
espeta: ”María Dilia, miente. En realidad ella se enteró de que su hija se
había casado a través de una carta”. Todo
está aquí es mucho más que una obra de teatro, es el último proyecto del
colectivo Memoria migrante, una forma
de “dar voz a los sin voz, de reconstruir la historia oral de personas y
comunidades mediante el arte, de crear algo a través de experiencias
individuales y ahora es un intento por reconstruir el proceso migratorio”,
explica su directora, Melina Alzogaray… [quien] se cruzó con “las mujeres monarcas”, un
grupo de refugiadas políticas latinoamericanas, mujeres comprometidas que
coincidieron en la Casa del Refugiado A.C de la capital mexicana hace años, y
comenzó a fraguarse la idea. “Queríamos crear espacios de reflexión, ofrecer
una salida laboral a esas mujeres cuando muchas ya han entrado en la
tercera edad y parece que no pueden hacer nada, construir algo alegre”. Fue un
proceso de creación colectivo que al principio las generó incredulidad pero que
funcionó gracias a la increíble entrega y profesionalidad de estas mujeres”.
Todo comenzó cosiendo muñecas. “Fue muy bonito, comenzamos a hablar, a recordar
mientras las hacíamos, nosotras nos conocíamos de antes pero salieron muchas
cosas nuevas”, explica Dilia. “Yo inflé 99 globos rojos y 103 azules”, comenta
Adelina. “Y 263 globos eran amarillos”, detalla. “También inflé 608 globos
verdes”, insiste Adelina. “509 rojos y 5 negros”, continúa. Con todos estos
recuerdos y horas de ejercicios y ensayos, se configuró una obra que está
recorriendo México, ofrece un salario a sus actrices y trabajadores gracias al
apoyo de diversas instituciones, y su directora confía en que pueda llegar a
otros países. “Ha empoderado a mujeres luchadoras” dice orgullosa Alzogaray,
aunque reconoce que durante todo el proceso se vivieron momentos duros. Ha sido
una catarsis”, subraya Dilia. Antes de salir a escena, calientan la voz, el
cuerpo, gritan, se abrazan, pierden el pudor, se gustan a sí mismas. Sobre el
escenario comparten impresiones como refugiadas en un país por el que hoy,
cientos de migrantes como ellas transitan en busca de una vida mejor. “Es muy
importante recordar todo aquello en el México de ahora”, dice Eva. Después de
una hora de espectáculo, comienzan los aplausos. A pocos metros, Adelina
sentencia: “Hace 25 años me operaron y de ejercicio me pusieron inflar globos.
No me acuerdo de nada más… o tal vez de un poco sí”.
jueves, 18 de abril de 2013
la necesidad de plural…
Hace apenas dos años
que nos juntamos
para hacer algo
aunque fuera bien poco
por la patria doméstica
la pobrecita jodida
para hacer algo
aunque fuera bien poco
por la patria doméstica
la pobrecita jodida
hace dos años que
empezó a ser lindo
juntarnos de a muchos para saber qué pocos éramos
y admitir por unanimidad el desorden del mundo y de la vida
jurar sobre la biblia o mejor sobre el reglamento provisorio
que nunca intentaríamos ordenar del todo vida y mundo
simplemente íbamos a procurar que el caos se dejara organizar
de a poco
juntarnos de a muchos para saber qué pocos éramos
y admitir por unanimidad el desorden del mundo y de la vida
jurar sobre la biblia o mejor sobre el reglamento provisorio
que nunca intentaríamos ordenar del todo vida y mundo
simplemente íbamos a procurar que el caos se dejara organizar
de a poco
y que el hombre mereciera sus castigos pero también sus
recompensas
recompensas
y sobre todo que no recibiera recompensas o castigos a los que
nunca se había hecho acreedor
nunca se había hecho acreedor
de pronto empezaron a morir nuestros hermanos y nuestras
hermanas
y al primer vómito de angustia advertimos que no estábamos
preparados para que nos estafaran así nomás la vida
la muerte dejó de ser un niño vietnamita quemado con
napalm y cocacola en alguna zona desmilitarizada para ser un invierno aquí una bomba aquí un dolor aquí un
fusilamiento por la espalda una tristeza inmóvil
apenas visible entre el humo de doscientos cigarrillos
preparados para que nos estafaran así nomás la vida
la muerte dejó de ser un niño vietnamita quemado con
napalm y cocacola en alguna zona desmilitarizada para ser un invierno aquí una bomba aquí un dolor aquí un
fusilamiento por la espalda una tristeza inmóvil
apenas visible entre el humo de doscientos cigarrillos
con cien mil nudos en
cien mil gargantas
una tarde cualquiera empezamos a llevar amistades y amores
a la teja al del norte al buceo
al santo camposanto del no olvido
y se acabaron todas las variantes de la joda
hubo que pensar milímetro a milímetro el vasto territorio del
deber
una tarde cualquiera empezamos a llevar amistades y amores
a la teja al del norte al buceo
al santo camposanto del no olvido
y se acabaron todas las variantes de la joda
hubo que pensar milímetro a milímetro el vasto territorio del
deber
está visto que un pueblo sólo empieza a ser pueblo cuando
cada singular necesita perentoriamente su plural
y fue precisamente la necesidad de plural la que nos llevó a
encontrarnos y vernos las caras y vernos los miedos
y vernos la osadía
cada singular necesita perentoriamente su plural
y fue precisamente la necesidad de plural la que nos llevó a
encontrarnos y vernos las caras y vernos los miedos
y vernos la osadía
Imagen: hostelbookers
miércoles, 10 de abril de 2013
pájaro de barro…
Hice un pájaro de
barro
y lo pinté de colores:
pico amarillo y blanco
alas azules y ocres.
y lo pinté de colores:
pico amarillo y blanco
alas azules y ocres.
Antes de dormir le cuento
a mi pájaro de barro
un cuento de vuelo y viento
para que empiece su canto.
Sé que vuela, que vuela
y que cuida mis sueños,
sale por la ventana
y vuelve luego.
Un arco iris de lluvia
para que beba mi pájaro,
granos de trigo y oro
para que alegre su canto.
Tengo un pájaro de barro
lo modelé con mis manos
y le enseño las palabras
de un idioma inventado.
Fuente: aula25
martes, 9 de abril de 2013
en los espacios comunes…
En los espacios comunes de la
aldea, Abril y su abuelo conversaban sobre aquel momento soñado por tantas
generaciones. En todo el Planeta y al unísono, los ejércitos se disolvían igual
que el fuego fundía las montañas de cascos, misiles y bombas que entregaron
rendidos a las evidencias. ― Abuelo, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ― Ya no
tienen a quien servir, la decisión de los nuevos gobiernos populares de abolir
las fronteras les dejó sin trabajo. Una sabia decisión que consensuadamente
hemos adoptado como las muñecas rusas pero al revés, de abajo a arriba. ― ¿Fue
difícil aprender esta nueva forma de gobernarse? ― Cuando se vio que controlar
el poder no permitía enriquecimientos basados en recursos públicos o en el
trabajo ajeno, los intereses de la corrupción política desaparecieron dejando
sitio a la gente que había comprendido que alimentarse, alojarse, sanarse,
leer, reír o llorar -vivir, en definitiva- no era caldo de especulación.
Tardamos siglos en comprender esto, hizo falta esperar a la gran crisis
capitalista. En muy poco tiempo consiguió que fuéramos muchísimos más los
desahuciados viviendo en casas okupadas que los privilegiados viviendo en sus
propiedades. Y así se entendió el derecho a una vivienda pública. Despidieron a
tantos maestros que la educación fue más fácil con una gestión colectiva en las
calles. También pasó con la tierra, las ansias de lucro llevaron a tal
acaparamiento que eran varios millones más las personas que cultivaban en
tierras colectivizadas que terratenientes cosechando capitales. Y fue así como
se alcanzó el sistema de tierras libres y comunales que tú conoces. Se alcanzó
la soberanía alimentaria. ― Y, abuelo, ¿cómo fue que para entonces tantísima
gente había regresado a vivir a los pueblos? ― Eso sucedió pocos meses antes,
cuando en las ciudades en las que entonces vivía casi todo el mundo, no
hubo forma de encontrar alimentos porque todas y todos los
trabajadores de los supermercados del Planeta habían decidido declararse en huelga
total e indefinida. Sin nada que comprar volvimos la vista al campo, a las
cooperativas de producción y consumo, a los mercados campesinos… todo lo que
ahora tú conoces. ― Una huelga lo desencadenó todo ―susurra Abril. ― Sí, una
huelga que nació imitando la actitud valiente de una muchacha, una cajera que
entendió que trabajaba para quienes explotaban al mundo rural, mal alimentando
a su vez a la población, es decir, destrucción y explotación a cuenta del
consumismo. ―Esa muchacha llamada Abril, como tú ―decía el abuelo
jugueteando con el anillo de su dedo ―hace ahora unos cincuenta años dijo
basta. Y todo se desencadenó.
Imagen: medioambientales
lunes, 1 de abril de 2013
somos lo que estamos soñando…
Un grupo de educadores populares
y un colectivo. Un grupo de educadores populares, un colectivo y un
perro. Y una actriz. Y un bailarín. Un Colectivo y otro colectivo y otro
colectivo. Ese colectivo (que después fue muchos) sólo tenía un combustible y
sólo una dirección. La gravedad y el abajo. La gravedad del sufrimiento de los
de abajo nos arrastró indefinidamente hacia abajo. Y para abajo fuimos y para
abajo seguimos. Teníamos y tenemos aquella vieja-nueva obsesión de querer
cambiar el mundo, de transformarlo, de que pueda ser nuevamente pintado,
dibujado, pensado y poetizado por quienes nunca pudieron intervenir en las
grandes decisiones de los poderosos. Y que siempre, más tarde o más temprano,
seguimos sufriendo sus políticas. Somos nosotros, queriendo recorrer y mostrar
el otro país. El de los que no deciden. Todas las
organizaciones nos enredábamos con pasión y alegría en esta tarea. Creíamos
totalmente en que las construcciones debían ser horizontales, sin jefes ni
jefas que nos dieran órdenes, que en la medida en que vivíamos y decidíamos en
ronda, aprendíamos a ser y nacer distintos… Y teníamos a nuestro favor,
algo más que una herramienta, la Educación popular, a la que habíamos
elegido también como una forma de vida… Somos lo que estamos soñando.
Soñamos con cambiar el mundo desde prácticas concretas y materiales, soñamos
con alterar realidades impulsando educación popular y organización popular,
soñamos fortalecernos con trabajo de base intentando levantar las banderas en
contra de un sistema económico, social y político que no queremos y que nos
está destruyendo. Tarea difícil y osadía apasionada. Nosotrxs queremos cambiar
el mundo y lo queremos hacer con lxs de abajo y desde abajo. Y en eso estamos.
Soñando y vivenciando. Sabiendo que como educadores populares es allí donde
nuestro campo de batalla esta fértil. Participamos en espacios autónomos de
organización y lucha popular. Generamos espacios de circulación de la palabra
valorizando la sabiduría del pueblo, en su diversidad más profunda. Articulamos
acciones con organizaciones cercanas que miran de cerca la praxis y la ética
política… Ahí seguimos caminando. Ahí seguimos soñando… quince años
de trashumancia, quince años de salir al encuentro de otros, quince años de
escucha y de palabra, quince años de pasión por cambiar el mundo. Preferimos
continuar con la sinrazón de mirar a los ojos, oír profundo y abrazar con
fuerza a lxs de abajo a lxs de nuestro lado.
Desde el Quirquincho, marzo de 2013
Fuente: Universidad Trashumante
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