En los espacios comunes de la
aldea, Abril y su abuelo conversaban sobre aquel momento soñado por tantas
generaciones. En todo el Planeta y al unísono, los ejércitos se disolvían igual
que el fuego fundía las montañas de cascos, misiles y bombas que entregaron
rendidos a las evidencias. ― Abuelo, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ― Ya no
tienen a quien servir, la decisión de los nuevos gobiernos populares de abolir
las fronteras les dejó sin trabajo. Una sabia decisión que consensuadamente
hemos adoptado como las muñecas rusas pero al revés, de abajo a arriba. ― ¿Fue
difícil aprender esta nueva forma de gobernarse? ― Cuando se vio que controlar
el poder no permitía enriquecimientos basados en recursos públicos o en el
trabajo ajeno, los intereses de la corrupción política desaparecieron dejando
sitio a la gente que había comprendido que alimentarse, alojarse, sanarse,
leer, reír o llorar -vivir, en definitiva- no era caldo de especulación.
Tardamos siglos en comprender esto, hizo falta esperar a la gran crisis
capitalista. En muy poco tiempo consiguió que fuéramos muchísimos más los
desahuciados viviendo en casas okupadas que los privilegiados viviendo en sus
propiedades. Y así se entendió el derecho a una vivienda pública. Despidieron a
tantos maestros que la educación fue más fácil con una gestión colectiva en las
calles. También pasó con la tierra, las ansias de lucro llevaron a tal
acaparamiento que eran varios millones más las personas que cultivaban en
tierras colectivizadas que terratenientes cosechando capitales. Y fue así como
se alcanzó el sistema de tierras libres y comunales que tú conoces. Se alcanzó
la soberanía alimentaria. ― Y, abuelo, ¿cómo fue que para entonces tantísima
gente había regresado a vivir a los pueblos? ― Eso sucedió pocos meses antes,
cuando en las ciudades en las que entonces vivía casi todo el mundo, no
hubo forma de encontrar alimentos porque todas y todos los
trabajadores de los supermercados del Planeta habían decidido declararse en huelga
total e indefinida. Sin nada que comprar volvimos la vista al campo, a las
cooperativas de producción y consumo, a los mercados campesinos… todo lo que
ahora tú conoces. ― Una huelga lo desencadenó todo ―susurra Abril. ― Sí, una
huelga que nació imitando la actitud valiente de una muchacha, una cajera que
entendió que trabajaba para quienes explotaban al mundo rural, mal alimentando
a su vez a la población, es decir, destrucción y explotación a cuenta del
consumismo. ―Esa muchacha llamada Abril, como tú ―decía el abuelo
jugueteando con el anillo de su dedo ―hace ahora unos cincuenta años dijo
basta. Y todo se desencadenó.
Imagen: medioambientales
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