Las bombas desde mar y aire
llueven de nuevo sobre Gaza. Mueren ancianos, niñas y niños, mujeres y hombres.
Estados Unidos apoya abiertamente a Israel en el uso de la fuerza militar
mientras el resto de países apenas susurran. El poeta, atento, toma la palabra:
“Quemad nuestra tierra, quemad nuestros
sueños, verted ácido en nuestras canciones. Cubrid con serrín la sangre de los
nuestros, asesinados”. Mientras tanto en la comunidad de Simbol, en
Santiago del Estero, Argentina, lloran el asesinato del compañero campesino
Miguel Galván a manos de sicarios del agronegocio de la soja transgénica que
avanza desvistiendo bosques y selvas, borrando pueblos como una plaga bíblica
de langostas. Miguel en el campo cuidaba la tierra, defendía la vida. El poeta
sostiene su canto: Arrasad con vuestras
bombas los valles, borrad con vuestros editores nuestro pasado, nuestra
literatura; nuestra metáfora. Desnudad los bosques y la tierra, hasta que ni el
insecto, ni el ave, ni la palabra encuentren rincón alguno donde refugiarse.
Los mismísimos mercenarios de los agronegocios quieren aprobar en los próximos
días la siembra masiva de maíz transgénico en México. Si les dejamos, escupirán
a la tierra sus ansias de lucro, sembrando la muerte en las tierras que dieron
origen a este grano hecho de barro y pasto, en reunión de dioses y humanos. Informado,
el poeta levanta más alto, más lejos, su voz. “Ahogad con vuestra tecnología el clamor de todo lo que es libre,
salvaje e indígena. Destruid. Destruid. Nuestra historia y nuestro suelo.
Asolad alquerías y aldeas que nuestros mayores construyeron. Los árboles, las
casas, los libros, y las leyes y toda la equidad y la armonía!”. Alertados
los pueblos indígenas, rurales, urbanos, de México y de todo el mundo, se
acercan, se aprietan, y cada uno como un grano se ensamblan formando una nueva
comunidad, una mazorca que asemeja un puño levantado, para detener la
barbaridad de la siembra de ese maíz empeorado, contaminador, uniforme, enfermizo,
estéril y criminal. Y escuchan los Pueblos-Mazorca el canto del poeta palestino
campesino y anónimo: “Haced eso y aún
más. No tengo miedo a la tiranía. No desespero nunca y es que guardo una
semilla, una semilla pequeña pero viva, que voy a guardar con cuidado, y a
plantar de nuevo”. La esperanza –como el maíz criollo– siempre se
puede sembrar.
Imagen: YouTube
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