Los movimientos sociales construyen
una huella social, para sí mismos y para otros caminantes en el hacer político.
Las huellas
del 15M son hoy ya muy palpables... este
movimiento ha tejido una red de ágoras que mantiene y mueve a su favor la
credibilidad y legitimidad de su protesta. Un año de caminar da para pensar y observar fortalezas
y limitaciones de este espacio de movilización, hacia dentro y hacia fuera. En
su interior, las dinámicas de participación y de interacción que el 15M ha
puesto en marcha, si bien exitosas en la creación de escuelas políticas en la
calle, se adaptan a las necesidades y voluntades individuales, tejen redes
porosas, pero no garantizan o se comprometen a convertir dicha
agregación en un espacio de solidaridad de largo plazo, con
proyectos abiertos pero orientadores para el resto de la ciudadanía. El 15M funciona,
por ahora, y dada su novedad sería un exceso histórico no aguardar a su futuro
para valorar este fenómeno, más como espacio de movilización que produce bienes políticos
–“ágoras” físicas y virtuales, grupos de trabajo, discursos sobre democracias
emergentes, prácticas de desobediencia, motivaciones para la acción colectiva–
que como una alternativa política construida desde lo político –lo próximo, lo
sentido, más simbólico y cotidiano–. Hacia fuera, el 15M es en sí mismo una
marea que sería, a su vez, antesala de nuevas mareas de protestas y de ágoras… está
sembrado de dudas. Sin embargo, aún son tenues las respuestas cooperativistas de
protagonismo social en terrenos económicos, energéticos, alimentarios,
cuidados, entre otras patas, y que haría que la protesta se asentase en unas
bases vitales que, a
su vez, profundizarían en el avance de la dinámica de radicalizar la democracia.
El 15M está levantando cuestionamientos de la representación política moderna,
acrítica y alejada, que ponen a los partidos y sindicatos tradicionales en el
ojo del huracán. Y es que el 15M anuncia nuevos sujetos políticos. Forma parte
de la estela de nuevos movimientos globales –globales en su interés de
problematizar holísticamente nuestro hábitat ambiental, político y de
satisfacción de necesidades básicas– que se apoyan en expresiones de democracia
radical –desde abajo, con énfasis en la autogestión– para construir sus nuevos
mundos… vemos
emerger experiencias que combinan –o tratan de combinar– apuestas
institucionales con procesos de base, asamblearias, de fuerte desidentificación en forma
de líderes o proyectos cerrados y con ganas de trabajar desde la diversidad y a
partir de luchas concretas. Otras democracias –emergentes– están en marcha. Y todos
esos sujetos podrían llevar a colocar en el centro de nuestras prácticas
políticas: el protagonismo, la cooperación social y la relocalización de
herramientas –agentes, sistemas– para atender nuestras necesidades básicas.
Fuente: diagonal
Imagen: El periscopio
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