El lenguaje
sirve tanto para describir la realidad como para escamotearla. Los hechos se
ocultan mejor tras muros de palabras que con el silencio. El drama de Palestina
comenzó, antes de con los fusiles y las bombas, con el lenguaje. Primero se
creó el discurso, la narrativa de la historia el expolio y la ocupación de la
tierra vino después… el caldo de cultivo fue el pensamiento colonial que
despoja al “otro” (los palestinos eran y son árabes, nuestro “otro” por
excelencia) de humanidad o al menos del mismo tipo de humanidad a la que
pertenecemos nosotros. Palestina no era una tierra ignota y desconocida, su
historia estaba documentada. Se sabía que había un pueblo en Palestina, había
censos de sus habitantes, registros de la propiedad, contratos comerciales,
periódicos; sus gentes y sus paisajes habían sido descritos por escritores y
viajeros, se sabía que Palestina no era un desierto ni un espacio vacío. Se
sabía que había una sociedad de comerciantes, campesinos, hombres de negocios,
escritores, poetas, ricos y pobres, conservadores y progresistas, con memoria
histórica y aspiraciones de futuro. El primer robo de Palestina fue el robo de
su historia… En la operación de limpieza étnica que se llevó a cabo en
los meses previos y posteriores a la creación del Estado de Israel no sólo se
trataba de vaciar el territorio de población árabe, sino de eliminar las
huellas de su presencia y su pasado, por eso, tras la expulsión de sus
habitantes se procedía a destruir los pueblos y borrar sus nombres del mapa.
Objetividad no es lo mismo que imparcialidad, tampoco es equidistancia, no se
resuelve equiparando las razones o las versiones de unos y otros. La realidad
no es cuestión de versiones. Hay versiones elaboradas para falsear los hechos,
para ocultarlos, para justificarlos y que, además de falsas, son muy poderosas,
cuentan con grandes tribunas y medios para difundirse y asentarse en la
conciencia de las gentes. En el caso de Palestina, la objetividad o el intento
de objetividad requiere atravesar la telaraña tejida con silencios, medias
verdades y mentiras redondas con la que se ha intentado borrar su pasado y
ocultar su presente y mirar los hechos tal como ocurrieron y como ocurren. No
es cierto que lo que no aparece en los medios de comunicación no existe.
Lo que ocurre es que sólo existe para quienes lo viven. La realidad del muro,
la violencia de los colonos, los controles, el bloqueo, los registros, las
detenciones, las incursiones militares diarias, la realidad de la ocupación
y, el paulatino e imparable robo de la tierra que día a día tiene lugar en los
territorios palestinos, apenas ocupa espacio en los medios de comunicación, así
que su existencia es percibida débilmente, casi como un elemento colateral de
una realidad que, para nosotros, se define en términos de titulares que hablan
de retomar las negociaciones, relanzar el proceso de paz, de la
necesidad de acabar con la violencia, en el sentido de que la violencia que
obstaculiza la deseada paz es la violencia palestina. En Palestina desde hace
mucho tiempo las palabras sirven de velo que oculta la atrocidad cotidiana, la
dimensión de la tragedia. Pero, la realidad es muy terca y actúa. Sigue su
curso. Hasta que un día nos sorprende, plantándose delante de nuestras narices.
Fuente: Revista Pueblos
Imagen: Palestina Libre
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