En mis cuarenta años, yo, Zarité
Sedella, he tenido mejor suerte que otras esclavas. Voy a vivir largamente y mi
vejez será contenta porque mi estrella -mi z’etoile- brilla también cuando la
noche está nublada. Conozco el gusto de estar con el hombre escogido por mi
corazón cuando sus manos grandes me despiertan la piel. He tenido cuatro hijos
y un nieto, y los que están vivos son libres. Mi primer recuerdo de felicidad,
cuando era una mocosa huesuda y desgreñada, es moverme al son de los tambores y
ésa es también mi más reciente felicidad, porque anoche estuve en la plaza del Congo bailando y bailando, sin pensamientos en la cabeza, y hoy mi cuerpo está
caliente y cansado. La música es un viento que se lleva los años, los recuerdos
y el temor, ese animal agazapado que tengo adentro. Con los tambores desaparece
la Zarité de todos los días y vuelvo a ser la niña que danzaba cuando apenas
sabía caminar. Golpeo el suelo con las plantas de los pies y la vida me sube
por las piernas, me recorre el esqueleto, se apodera de mí, me quita la desazón
y me endulza la memoria. El mundo se estremece. El ritmo nace en la isla bajo
el mar, sacude la tierra, me atraviesa como un relámpago y se va al cielo llevándose
mis pesares… Los tambores son la herencia de mi madre, la fuerza de Guinea que
está en mi sangre. Nadie puede conmigo entonces, me vuelvo arrolladora como
Erzuli, loa del amor… En la casa donde me crié los primeros años, los tambores
permanecían callados en la pieza que compartía con Honoré, el otro esclavo,
pero salían a pasear a menudo. Madame Delphine, mi ama de entonces, no quería oír
ruido de negros, sólo los quejidos melancólicos de su clavicordio… Honoré podía
sacarle música a una cacerola, cualquier cosa en sus manos tenía compás, melodía,
ritmo y voz; llevaba los sonidos en el cuerpo… Sus quejidos se volvían risa al son de los tambores…
Cuando yo todavía no sabía
andar, me hacía danzar sentada, y apenas pude sostenerme sobre las dos piernas,
me invitaba a perderme en la música, como en un sueño. Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre… mientras baila
me decía. Yo he bailado siempre.
Imagen: Días de aplomo