En una esquina de la casa
descansaba una guitarra, y Papá, de vez en cuando, cantaba. Su voz era
profunda, hermosa, y si cerrabas los ojos y te abstraías de sus escasos
recursos como guitarrista, podías llegar a pensar que estabas escuchando a Eduardo
Falú: El día que me quieras, Tonada de un viejo amor, Noche de ronda,
Contigo en la distancia…Una biblioteca entera llena de libros y un mueble
con discos: Música Clásica, sobre todo. La grandeza de la Música
Sinfónica no la supe apreciar hasta mucho después; lo mismo sucedió con la
poesía de Garcilaso. Aún así, hay dos discos que rayé de tanto uso: La
consagración de la primavera de Stravinsky y Concierto para
piano y trompeta de Shostakovich. En el mueble de los discos
había un rincón que, curiosamente, no destilaba el aroma, mezcla de arrogancia
adulta y seriedad intelectual, de la Música Culta. En esa sección, que
podríamos llamar de Música Popular, descubrí un día seis o siete
discos que, sutilmente y sin aspavientos, empezarían a situar la huella de mis pies
en el trazado de un camino… Preguntitas sobre Dios de Atahualpa Yupanqui, Hacia la Vida de Chavela
Vargas, Te Recuerdo Amanda de Víctor Jara, Un Grandes Éxitos de Mercedes Sosa, Un
disco sin título de Joan Manuel Serrat, Jorge Cafrune… Y dos
recopilatorios de un festival que pienso aún se celebra en Argentina y
que se llama Cosquín. La guitarra, la voz de mi padre, la familia que
cuando se reúne canta y esos pocos discos manoseados una y otra vez por un niño
curioso son el solar sobre el que un día construiría el lugar de mis Canciones… Tendré dragones verdes mirando en otros ojos, da igual si son rebeldes o tienden al reposo. Serán
dragones verdes más claros, más oscuros. Saldrá de nuevo el sol y de eso estoy
seguro.
Imagen: GdeFon
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