Hoy más que nunca, las
universidades, donde se forman los intelectuales, ya no pueden ser reducidas a
macroaparatos de reproducción de la sociedad discrecional ni a fábricas
formadoras de cuadros para el funcionamiento del sistema imperante. En nuestra
historia patria han sido también siempre un laboratorio del pensamiento
contestatario y libertario. Esto constituye su misión histórica permanente que
debe acelerarse hoy, dado el agravamiento de la crisis general en el mundo. El
mayor desafío es consolidar los avances sociales y populares ya alcanzados. Por
eso la nueva centralidad reside en la construcción de la sociedad civil a
partir de la cual los anónimos e invisibles dejan de ser lo que son y pasan a
ser pueblo organizado… se hace urgente el encuentro de la universidad con la
sociedad. Ante todo, es importante crear y consolidar una alianza entre la
inteligencia académica y los condenados a la miseria y a la pobreza. Las dos
culturas –la humanística y la científico-técnica– van dejando de coexistir y se
intercomunican en el sentido de tomar en serio su contribución a la gestación
de un país con menos desigualdades e injusticias. Las universidades son urgidas
a asumir este desafío: las distintas facultades e institutos tienen que buscar
un enraizamiento orgánico en las bases populares, en las periferias y en los
sectores ligados directamente a la producción de los medios de vida. Aquí puede
establecerse un intercambio fecundo de saberes, entre el saber popular, hecho
de experiencias, y el saber académico, fruto del estudio y de la investigación.
De este intercambio puede surgir la definición de nuevas temáticas teóricas y
prácticas y la valoración de la riqueza del pueblo en su capacidad de
solucionar sus problemas. Esta actividad permite un nuevo tipo de ciudadanía,
basada en la conciudadanía: representantes de la sociedad civil y de las bases
populares así como de la intelectualidad toman iniciativas autónomas y someten
al Estado a un control democrático, reclamándole servicios para el bien común.
En estas iniciativas populares, sea en la construcción de casas mediante la
colaboración vecinal, en la búsqueda de medios para la salud, en la forma de
producción de alimentos, en la contención de tierras sueltas para evitar
derrumbes y en otros mil frentes, los movimientos sociales sienten la necesidad
de un saber profesional. Es donde pueden y deben entrar la “inteligentsia” y la
universidad, socializando el saber, proponiendo soluciones originales y
abriendo perspectivas, a veces insospechadas, para quien está condenado a luchar
sólo para sobrevivir. De este ir y venir fecundo entre pensamiento
universitario y saber popular puede surgir un nuevo tipo de desarrollo adecuado
a la cultura local y al ecosistema regional. A partir de esta práctica, la
universidad pública rescatará su carácter público, será servidora de la
sociedad y no solo de aquellos privilegiados que consiguieron entrar en ella. Y
la universidad privada realizará su función social, ya que es en gran parte
rehén de los intereses privados de las clases propietarias e incubadora de su
reproducción social. De ese casamiento entre “inteligentsia” y miseria nacerá
un pueblo liberado de las opresiones para vivir en un país más justo donde sea
más fácil el quererse y el amor.
Leonardo Boff
Fuente: Vamos a cambiar el mundo
Imagen: Radio Interior
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