Está detenida en el umbral de las preguntas. No se responde. Sólo yo
que estoy aquí, oculta, puedo soñar, vislumbrar conjunciones, caminos que se
bifurcan. Sólo yo siento los imperativos de la herencia, mientras ella intuye
vuelcos en su corazón, sin poder nombrarlos. Los españoles decían haber
descubierto un nuevo mundo. Pero nuestro mundo no era nuevo para nosotros.
Muchas generaciones habían florecido en estas tierras desde que nuestros
antepasados, adoradores de Tamagastad y Cippatoval, se asentaron. Éramos
nahuatls, pero hablábamos también chorotego y la lengua niquirana; sabíamos
medir el movimiento de los astros, escribir sobre tiras de cuero de venado;
cultivábamos la tierra, vivíamos en grandes asentamientos a la orilla de los
lagos; cazábamos, hilábamos, teníamos escuelas y fiestas sagradas. ¿Quién podrá
saber cómo sería ahora todo este territorio si no se hubiera dado muerte a
chorotegas, caribes, dinones, niquiranos...? Los españoles decían que debían
"civilizarnos", hacernos abandonar la "barbarie". Pero
ellos, con barbarie nos dominaron, nos despoblaron. En pocos años hicieron más
sacrificios humanos de los que jamás hiciéramos nosotros en la historia de
nuestras festividades. Este país era el más poblado. Y, sin embargo, en los
veinte y cinco años que viví, se fue quedando sin hombres; los mandaron en
grandes barcos a construir una lejana ciudad que llamaban Lima; los mataron,
los perros los despedazaron, los colgaron de los árboles, les cortaron la
cabeza, los fusilaron, los bautizaron, prostituyeron a nuestras mujeres. Nos
trajeron un dios extraño que no conocía nuestra historia, nuestros orígenes y
quería que lo adoráramos como nosotros no sabíamos hacerlo. ¿Y de todo eso, qué
de bueno quedó?, me pregunto. Los hombres siguen huyendo. Hay gobernantes
sanguinarios. Las carnes no dejan de ser desgarradas, se continúa guerreando.
Nuestra herencia de tambores batientes ha de continuar latiendo en la sangre de
estas generaciones. Es lo único de nosotros, Yarince, que permaneció: la
resistencia.
Fuente: La mujer habitada
Imagen: Silenzio a ore
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