Tras horas de caminata por las
laderas más escarpadas de los bosques marroquíes que bordean Melilla, en medio
de lo más sombrío, abrupto y yermo de las lomas, por un momento tienes la
sensación de estar en un hogar, de sentirte como si departieras en casa de un
familiar. Alrededor, más de doscientas historias cargadas a la par de miseria y
esperanza; más de doscientas vidas que esperan su momento para jugársela a cara
o cruz cruzando una injusta valla. La artífice de este milagro es Aissatou, la
única mujer de todos los campamentos del monte Gurugú… La vida de Aissatou es
una verdadera historia de superación; un tener que reinventarse a cada
contratiempo que la subsistencia le ha ido poniendo en lo largo de su arduo
caminar. Según nos cuenta, es liberiana de nacimiento, huye a Costa de Marfil
con tan sólo siete años después de que sus padres fueran degollados en su
presencia. Huérfana, pobre y refugiada, sufre abusos constantes hasta que
siendo adolescente conoce a su marido, un militar con el que se casa en un país
inmerso en una encarnizada Guerra civil. Estando embarazada del cuarto hijo, se
desata la Segunda Guerra Civil marfileña. Una cruel batalla racial en la que
Aissatou quedará viuda. Se acababa de quedar sola con un bebé recién nacido,
que ya no conocería a su padre, y con otros tres chiquillos de corta edad.
Carecía de ingresos, no había quien pudiera ayudarle y el desasosiego constante
de que alguna de las masacres que se sucedían en todo el país pudiera hacer más
daño a los suyos rondaba su cabeza día y noche. Así que vendió lo poco que
tenía y se dispuso a realizar un largo viaje: “No quería que mis hijos vivieran
lo que yo viví. No quería que acabaran como su padre. Puede parecer irresponsable
estar ahora aquí pero estamos vivos y muy cerca de nuestros sueños. Si nos
hubiéramos quedado, a lo mejor ahora no podría estar contándolo”. Salió de
Costa de Marfil y durante veinticinco días recorrieron media África hasta
llegar a Rabat. Y así es como hace casi cinco meses Aissatou y sus pequeños
terminan llegando a los refugios en donde los subsaharianos varones esperan
para poder cruzar la valla de Melilla. Todos se preguntan: ¿Por qué no fue a
los campamentos que hay alrededor de la ciudad de Nador donde están instalados
las mujeres y los niños? La respuesta es tan sencilla como demoledora: “Mi
intención es llegar a Melilla. Sé que no puedo saltar la valla y menos con
cuatro hijos, pero tampoco puedo pagar una patera o un coche para pasar la
frontera y no estoy dispuesta a venderme para lograrlo. Sólo quiero que mis
hijos tengan un futuro y disfruten de una vida digna que yo no he podido tener
y que ahora mismo no puedo ofrecerles. Espero que algún día Europa le devuelva
a mis hijos todo lo que África me ha ido robando”. “Sueño con un futuro mejor,
no me queda otra que soñar y no perder la esperanza. No me queda dinero y no
tengo a nadie… Sólo quiero lo mejor para mis hijos y hago lo que haría
cualquier madre: no dejar de luchar”.
Fuente: Periodismo Humano
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