Entre las consecuencias
irreparables que produjo la larga impunidad para los crímenes del terrorismo de
Estado que sufrió el pueblo argentino en los 70, es que casi ningún dato es
seguro. Por eso, aunque hubo un juicio y una condena, no tenemos la rigurosa
certeza de la fecha de la muerte de Alicia López Rodríguez de Garraham, maestra
rural, militante de las Ligas Agrarias, apresada en la ciudad de Santa Fe y
llevada al centro clandestino La Cuarta. No conocía a Alicia antes de aquel 16
de octubre de 1976. No compartí militancia ni lecturas; ni siquiera
pertenecíamos a la misma organización aunque éramos -sin ninguna duda-
compañeros en el sentido más profundo del término. Compañeros en eso de soñar y
luchar por la liberación popular y social. Compañeros en eso de ponerle el
cuerpo a la vida, no importan las circunstancias que sean y aunque no puedo
recordar mucho, por algo más de un mes -pared por medio, a veces con capucha y
veces no- nos abrazamos en el aire y construimos palabras que quebraban la
orden fascista del No hablarán entre si. Por ello, es obvio que no tengo
derecho alguno a reclamar nada en nombre suyo pero si tengo el deber de hacerlo
y eso vengo a hacer con este texto. No pido mucho. Aunque estoy convencido que
la muerte de Alicia es el último resultado de una larga cadena de acciones de
un sistema de estado para exterminar militantes populares, cadena de cómplices
que se puede reconstruir siguiendo las cadenas de mando del Ejercito, la
Policía y sus servicios de Inteligencia, no vengo a reclamar que se juzgue a
todos y a todas las que participaron en el dispositivo que configuró, permitió
y ejecutó la muerte de Alicia. Hoy no. Solo pido dos cosas que estoy casi
seguro que hubieran agradado a Alicia. Una escuela para Alicia es casi lo
mínimo que podemos pedir y casi no le cuesta nada a nadie. Es más, es una
práctica de relativa extensión en todo el país y yo mismo participé en el
cambio de nombre de una escuela de Avellaneda (la de la provincia de Buenos
Aires) que se llamaba Policía Federal y los niños votaron que cambie de nombre
y ahora se llama Floreal Avellaneda, en honor a aquel militante de quince años
asesinado por un grupo de tareas de Campo de Mayo en abril de 1977. Y una cosa
más. Que se cumpla la ley y no haya presos sociales en la celda donde Alicia
estuvo secuestrada en aquellos días terribles de 1976. Como militante por los
derechos humanos exijo que ya es hora de terminar con tratar a los presos
sociales como basura y es hora de respetar sus derechos humanos; que ya es hora
de terminar con una concepción del encierro carcelario que se funda en la larga
tradición de inquinidad: desde el lejano modo en que la Inquisición trataba a
sus presos hasta las condiciones que Mario Facino y sus cómplices imponían en
aquella Cuarta del 76… Envío este mensaje como una botella al mar para que
todas y todos los que compartan la idea de una escuela para Alicia, lo digan en
voz alta, lo escriban a los legisladores y a las autoridades de los ministerios
de educación y de justicia y de derechos humanos.
José Ernesto Schulman
Fuente: crónicas del nuevo siglo
Imagen: claim
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