Llueve a ratos. Diría que hace
una tarde maravillosa, si supiera que andas sigilosa y volátil por la casa y
afino el oído correspondiente para no perderte, buscarte y quererte más aún si
pudiera y siento tus pasos y tus delicados dedos a cada rato sobre el parquet y
un deseo irrefrenable de fundirme contigo en el espacio y en el tiempo
infinito; para siempre y jamás. Te esperé, me tomé mi tiempo, paciente y casi
vencido, durante tantos años y otoños y primaveras voraces. Desde aquellas
tardes desgarradas, en las que absorto y desplomado sobre el sillón faraónico de
orejas verde; frente al imponente ventanal del salón de Cedaceros, escaparate
de un mundo de apenas unos metros; imploraba una mirada furtiva de tus ojos,
antes de doblar la esquina y sumergirte por la calle de “los Madrazo”… gacela
fugaz y presurosa, abriéndote por el filo del mediodía hacia tus clases de
baile. Y ya ves… han pasado algunos años, tantos, que ahora sí, ya nada será lo
que fue, ni lo que pudo ser y tú; seguro que ya casi eres abuela, y yo… qué será
de mí, que sigo perdido y todavía te quiero.
Fuente: MUJERES
Imagen: Tomas Guijo
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