A comienzos de la década de los 90, la Unión
Europea decidió crear el “pasillo 5”, la conexión ferroviaria más grande del
continente, que pretende unir Lisboa con Kiev, pasando bajo los Alpes y
atravesando Val di Susa para unir Turín con Lyon. La realización de una línea
de Tren de Alta Velocidad (TAV) es un proyecto perfectamente coherente con el
mundo en que vivimos, un mundo en el que cualquier aspecto de la vida humana
está sometido a las lógicas y exigencias del beneficio. El TAV es sólo
el producto de los intereses que se mueven detrás de la política de la
globalización: la producción, la distribución, la industria, el turismo masivo,
las grandes empresas constructoras, los sindicatos, los bancos que financian
los proyectos y los partidos políticos… grandes vías de comunicación que
dividen y destruyen los tejidos urbanos y los territorios, donde el
individuo está en una condición permanente de privación de autodeterminación y
de toma de decisión por su condiciones de existencia. Para criticar el TAV hay
que conectar la cuestión de la alta velocidad con la colonización tecnológica
de la vida cotidiana, que se nos hace aparente con la destrucción de los
espacios y la profunda transformación y división del tiempo. El tiempo libre,
el juego, el conocimiento, el pensamiento, el deseo, el saber, etc. están todos
bajo una teoría de “vivir-producir”. La alta velocidad se encuentra en el seno
de este sistema de producción, en el que el territorio se destruye y uniformiza
porque tiene que conformarse a las lógicas de la libre circulación de bienes,
puesto que donde más rápido es el intercambio comercial, más alto será el
beneficio. Para la gente que vive esta lucha, esta experiencia les ha servido
para aprender a superar los cuentos mediáticos que se centran voluntariamente
en los eventos, en los incidentes, en los enfrentamientos con la policía, etc.
mientras lo más importante, el problema de fondo, permanece en un segundo plano
o directamente escondido, ignorado por la mayoría: la existencia de una cultura
y de un vivir que tienen su base en lo cotidiano, experimentos concretos de un
vivir diferente, de relaciones político-humanas que no se encuentran basados en
la explotación. La fuerza de este movimiento, aparte de la tenacidad reflejada
durante los ataques más violentos de la policía y del sistema judicial, es un
camino concreto de mutuo apoyo y de asamblearismo o democracia directa, que se
apoya en la fuerza y en las relaciones cotidianas, en la horizontalidad de las
asambleas, en la búsqueda de una autodeterminación de la vida que no abarca
sólo a los/as habitantes de Val di Susa, sino también todos los que cruzan y
viven los territorios de manera consciente, libre y profunda.
Fuente: Todo por hacer
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