Desde la ventana del verano oteo
un mercadona bastante concurrido, mucho más los últimos días. Llegan viejitas
con su caminar renco y su pensión amputada; licenciados en carreras que,
preparados y listos, no escuchan ¡ya!; niñas y niños que no compran
ni suspiran golosinas; y la maestra del pueblo que ya sabe que el próximo
curso no les pondrá tareas para casa. Y salen con los ojos ‘menos cenicientos’. He averiguado. La cajera, con
disimulo, esconde en sus bolsas un kilo de patatas o un paquete de arroz o
lentejas. Me dice que si es ilegal le da igual, porque es justo. Es hija de madre y padre
jornaleros. Es un alma color de olivo.
Fuente: PALABRE ANDO
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