Las expresiones artísticas de un pueblo conforman
una precisa vara para medir el sentir popular. Desde hace ya más de sesenta años, el
arte palestino nos ha mostrado a un pueblo muy particular. Portador de una
causa que lucha contra la última ocupación colonialista de la humanidad que
permanece en pie, el palestino se siente extranjero en su propia tierra. No
vive su juventud. Crece entre cadenas. Pero, por encima de todo, el arte
palestino nos muestra a un pueblo desplazado que sueña con volver a su casa: no
en vano, siete de los once millones de palestinos que viven en todo el mundo
son refugiados. Su legítimo derecho al retorno a la tierra de donde fueron
expulsados por circunstancias ajenas a su voluntad fue flagrantemente violado
desde que salieron y muchos de ellos viven, a día de hoy junto con sus
descendientes en condiciones infrahumanas. La música también se convirtió,
desde el principio de la historia de la resistencia palestina, en un reflejo
del sentir nacional: las letras, las melodías y las composiciones alcanzaron
niveles de creatividad sorprendentes, fruto de la enorme inspiración que
suponía la lucha por la liberación nacional. Es el momento de la depuración de
varios estilos musicales que pasarían a convertirse en auténticas referencias
de la música árabe. A modo de ejemplo, podemos observar la estrofa principal de
la dal’ona, probablemente la más conocida de las dabke palestinas (el precioso
baile del pueblo), que contiene la siguiente frase: “Nuestros seres amados se
fueron sin despedirse de nosotros”, en clara alusión a la abrupta forma en que
tantos palestinos tuvieron que huir durante la ocupación militar israelí de sus
tierras, para no volver nunca más, hecho que desmembró familias enteras, que a
día de hoy siguen viviendo separadas. Así, la música se convierte en una vía de
exposición del mayor drama palestino: el de los refugiados. Fruto de dicha
emigración forzada lejos del hogar, y tras comprobar la práctica imposibilidad
de ejercer su legítimo derecho al retorno a su tierra, la música palestina se
convirtió en un canto a la resistencia, en una oda a la permanencia en la tierra,
que pasa a convertirse en la amada de las canciones, aquella a la que se le
jura fidelidad y por la que se está dispuesto a sacrificar la vida. Asimismo,
la música se convierte en la voz de la conciencia para aquellos que, cansados
de vivir bajo el yugo del ocupante, piensan en alejarse de su tierra.
Fuente: Revista Pueblos
Imagen: Mª
José Comendeiro
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