Lena terminó con
dificultad la carta y, a pesar del torbellino de preguntas que le asaltaban,
consiguió esbozar una sonrisa y una palabra: gracias. En el camino de regreso a
casa hablaron de la vida y de la muerte, de las traiciones, de las huellas que
dejamos, de los motivos para seguir respirando, de las pequeñas y necesarias
revoluciones, de cómo imaginaban una vida mejor. Las confidencias de la ruta
las hizo cómplices. Ambas mujeres empezaban a conocerse. Rosario quería ofrecer
a Lena un espacio de confianza y seguridad que apuntalara sus convicciones
profundas, fueran las que fueran sus heridas y sus decisiones. Aunque
egoístamente también deseaba averiguar si su resistencia y su lucha de antes
tenían sentido hoy en su entorno más cercano, se estaba poniendo a prueba.
Transformar el mundo es también transformarnos y re-crearnos. Lena captó la
señal.
Lena balancea
sus pies. En su cabeza resuena Nunca he
bailado bien de Joel Reyes y canta en voz baja no pude seguir el ritmo de tus pies, nunca he bailado bien; no supe
subir tan alto sin caer, yo ya te lo avisé… Es posible bailar —se reafirma—,
aunque ahora avance con el paso cambiado.
Imagen: Laura Muñoz Hermida
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