El roce apenas se oyó. Fue como una caricia en la
puerta. Se abrió silenciosamente, una mano enguantada retuvo el pomo por dentro
para evitar el ruido y volvió a cerrarse con un suspiro inaudible. Una sombra
se movía entre las sombras de la casa. Los ojos de Yuri, acostumbrados a la
noche, la siguieron en silencio. El recién llegado entró en el estudio. La
persiana estaba subida y maldijo de todo. Al otro lado del cristal, la nieve
que había dejado un inesperado frente de aire polar enfriaba el paisaje como si
fuera una tumba y redoblaba el silencio del panorama nocturno. No se oía ni el
rumor del río. Prefirió no bajar la persiana, porque nadie, bajo ningún concepto,
debería saber jamás que había entrado en esa casa esa noche. Con un suspiro de fastidio, el recién llegado
se sentó al ordenador, dejó la cartera en el suelo, al lado de la silla, y
encendió el aparato… Yuri había seguido al intruso silenciosamente hasta el
estudio y, más silencioso aún, lo observaba desde la puerta. El destello
azulado de la pantalla llenó la estancia y el recién llegado deseó que la tenue
y fría claridad no alcanzara la calle solitaria ni las otras habitaciones de la
casa. Un post-it pegado a untado de la pantalla decía: “¡Buenos días! La comida
está en el armario de encima de la nevera. ¡Gracias por todo!”. Sacó una caja
de disquetes del bolsillo de la parca y, armado de paciencia, empezó a copiar
archivos […] Encendió la linterna y la sujetó
con la boca para tener las manos libres. Fue muy fácil vaciar las tres carpetas
del archivador de la mesa que le interesaban. Eran papeles, fotografías y
carpetas de informes. Lo guardó todo en la cartera y cerró el archivador… Antes
de marcharse se le ocurrió mirar en todos los cajones, por si acaso. Papeles en
blanco, libretas, cuadernos escolares. Y una caja. Al abrirla, el sudor le
inundó la frente de golpe. Le pareció oír un suspiro de pena en el extremo
opuesto de la vivienda. Cerró la puerta de la casa sabiendo que no dejaba
rastro alguno de su paso, que había tardado poco más de quince minutos en hacer
su trabajo y que, cuando más lejos le sorprendiera la aurora, tanto mejor. No
bien se quedó solo, Yuri entró en el oscuro estudio. Parecía que todo estaba como
siempre, pero él tenía una angustia por dentro, una insólita sensación de no
haber estado a la altura de las circunstancias.
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