Asomado a la ventana vio
estrellarse la fuerte lluvia en los cristales. Aprovechó el golpe de agua para
abrirse al mundo. El viento le devolvió la mirada congelada de quien sería para
siempre un revuelo de sábanas en una
cama demasiado ancha. La nostalgia recién nacida le ahogaba punzante la
garganta. Acarició la huella de las palabras calladas de la alfombra. Las
cenizas se amontonaban en el alma, lo mismo que la ausencia de la amada. El tic
tac de la pared le dibujó una lágrima, y cuando el llanto rompió el aire, se apagaron
los focos y siguió rodando la vida cotidiana. El lector atrevido entró por la
cerradura cómplice de la inquebrantable puerta cerrada. Por fin pudo relatar el
humo desde el sofá a sus anchas, mientras el aire se colaba entre los huecos
que el relato dejaba. Ella no pudo resistirse al pecado de las letras
incendiarias y cayó rendida en el renglón del abismo. Una cuerda y un testigo,
una llamada… Cayó el telón a cántaros mientras Pablo Guerrero regalaba el
lenguaje secreto de sus gestos. La almohada se llenó de sueños colmando el
vuelo de canciones, la utopía en las plazas, los despertares contagiosos de las
mañanas. Acaso el mundo era eso… el brocal de un pozo invocando la sed… el
tiempo latiendo en nuestras manos y
pies… una manada de lobos sin dueño en
medio de una galaxia… y aquí, y ahora, la esperanza…
Fuentes [para la sed]:
Imagen: El brocal de mi pozo
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