Con la ayuda de sus bastones
blancos y unos cuantos tragos, ellos se abrían paso, mal que bien, por las
callecitas de Tlaquepaque.
Parecía que estaban a punto de
caerse, pero no: cuando tropezaba ella, la sostenía él; cuando él se
bamboleaba, lo enderezaba ella. A dúo andaban, y a dúo cantaban. Se detenían
siempre en el mismo lugar, a la sombra de los portales, y cantaban, con voz
castigada, viejos corridos mexicanos del amor y de la guerra. Algún instrumento
usaban, quizás una guitarra, no recuerdo, ayudando al desafine; y entre canción
y canción, hacían sonar el cacharro donde recogían las monedas del respetable
público.
Después, se iban. Precedidos por sus bastones,
atravesaban el gentío bajo el sol y allá lejos se perdían, destartalados,
rotosos, bien agarraditos el uno al otro, pegados el uno al otro en los
vaivenes del mundo.
Imagen: Tiempos
modernos
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