Sí. Finalmente me quedé inmóvil al borde del camino. De nada sirvieron
las recomendaciones del poeta. Me quedé contemplando la vida que transcurría
rápida por el caudal del tiempo. Yo la intuía lenta. Anodina. Deshojada. Pero
es cierto, la vida late despacio cuando se mira sin convicción. En ocasiones,
un brillo de luz me ponía sobre aviso. Pero finalmente mi cuerpo quedó
pigmentado en bronce y mis ojos fijos en el camino. Así, inmóvil, como una estatua
que advierte, que la vida hay que soñarla hasta la muerte.
Imagen: Luo Li Rong