Atravesé rosadas membranas. Entré como una cascada
ámbar en el cuerpo de Lavinia. Vi pasar sobre mí la campanita del paladar antes
de descender por un oscuro y estrecho túnel a la fragua del estómago. Ahora
nado en su sangre. Recorro este ancho espacio corpóreo. Se escucha el corazón
como eco en una cueva subterránea. Todo aquí se mueve rítmicamente:
espiraciones y aspiraciones. Cuando aspira, las paredes se distienden. Puedo
ver las venas delicadas semejando el trazo de un manojo de largas flechas
lanzadas al espacio. Cuando espira, las paredes se cierran y oscurecen. […] Lavinia
guarda grandes espacios de silencio. Su mente tiene amplias regiones dormidas.
Me sumergí en su presente y pude sentir visiones de su pasado. Cafetos,
volcanes humeantes, manantiales, envueltos en la densa bruma de la nostalgia.
Trata de entenderse a sí misma. Es complejo este surtidor de ecos y
proyecciones.
en “La mujer habitada”
Imagen: Los secretos de la luna