En cuanto nota, barrunta, huele
que se levanta del suelo el polvillo de la pena, se pone a silbar su melodía
predilecta. No necesita decidirlo. Le viene sola. Siente profunda gratitud por
esa canción. Cosas suyas. A veces, cuando se dirige al comedor, o en el patio,
o tras despedirse de su madre en el locutorio, busca su rápido efecto
tranquilizador susurrándola, Hegoak ebaki
banizkio, tan bajito que es casi como si sólo la pensara, siempre imitando
la voz de Mikel Laboa. Se lo tiene prometido: el día en que recupere la
libertad, nada más llegar al pueblo subirá al monte a cantar Txoria txori sin más testigos que la
hierba y los árboles.