Me esfuerzo. Trabajo en este laboratorio de savia y verdor. Es menester
que me apresure. Una oculta sabiduría nutre mi propósito. Dice que ella y yo
estamos a punto de encontrarnos. Por la mañana, vinieron los colibríes y los
pájaros. Retozaban entre mis ramas produciéndome cosquillas, alborotando el
espesor de las nervaduras. Hacen el amor. Un amor vegetal. Quién pudiera saber
si el espíritu de Yarince habita al más rápido de ellos, al que vuela buscando
polen con el piquito alzado. De todos es sabido que los guerreros regresan como
colibríes a volar en el aire tibio. ¡Ah! Yarince, cómo recuerdo tu cuerpo recio
y asoleado, después de la caza, cuando venías con tu esplendor de puma cansado
a buscar abrigo sobre mis piernas. Nos sentábamos a la orilla del fuego en
silencio, observando las llamas hacerse y deshacerse; su centro azul, sus
lenguas rojas mordiendo el humo, llenando el aire de latigazos cálidos. Tan
largas aquellas noches silenciosas agazapados en las entrañas selváticas de las
montañas, escondiéndonos para la emboscada. No se atrevían a seguirnos los
españoles. Tenían miedo de nuestros árboles y animales. No sabían nada de la
ponzoña de las serpientes; no conocían al jaguar, ni al danto; ni siquiera el
vuelo de las pocoyas nocturnas que los asustaban porque les parecían
"ánimas en pena". Y, sin embargo, descargaban el estruendo de sus
bastones, alarmando a las loras, desatando las bandadas de pájaros, haciendo
gritar a los monos que pasaban sobre nuestras cabezas en manadas, cargando los
monos los monitos pequeños que, desde entonces, se quedaron con la cara
asustada. Pero vos me abrazabas en medio de aquellas descargas atronadoras. Me
ponías las manos sobre los oídos, me acurrucabas en el espesor de los arbustos,
me ibas calmando con el peso de tu cuerpo haciendo que olvidara la cercanía de
la muerte sintiendo tan cerca la palpitación de la vida; tu cuerpo refugiándose
en el mío hasta que el ruido de nuestros corazones era el estrépito más sonoro
del monte. ¡Ah! Yarince y quizás todo fue en vano. ¡Quizás no queda ya ni el
recuerdo de nuestros combates!
Imagen: Carla Cordone